After Hours

Categoría: Críticas
Fecha de publicación: julio 6, 2010
Comentario

Un neoyorquino pierde el último metro de la noche. Así comienza una aventura urbana inquietante, fascinante y peligrosa. Los agobios del estupendo Griffin Dunne ante la fauna nocturna de la gran manzana esconden un interesante viaje a la personalidad de cada individuo y su sitio en la sociedad. Todo ello aderezado con excelentes toques de comedia.







Una huida surrealista por las delirantes tinieblas del Soho


Paul, un sereno y moderado técnico de computación (Dunne), es arrastrado por una serie de coincidencias a vivir una angustiosa pesadilla metropolitana en el desconcertante y alucinatorio barrio de Soho, pequeño microcosmos de una Nueva York nocturna y amenazante como la de Taxi Driver, pero indudablemente más irónica. Todo comienza con la clásica mirada de reojo a una rubia encontrada casualmente en un bar, que lo invitará a visitarla a su barrio. La noche se convertirá en un viaje a través de los abismos, en el que Paul tendrá encuentros extraordinarios con excéntricas escultoras sadomasoquistas, camareras frustradas, lunáticas vendedoras de helados, taciturnos barman, ladrones que vagabundean en una improbable camionetita y grupos de homosexuales o punks, todos habitantes de aquel mundo suburbano que transmigra a la luz del día. Personajes inolvidables que pueblan un ambiente grotesco y desolado, allí donde la Soho artística y alternativa se aleja de cualquier esquema de normalidad.

 

Una interesantísima Black Comedy, entre las mejores de los años ’80. Odisea urbana que reelabora el problema del hombre expulsado de su núcleo habitual u ordinario, y librado al azar kafkiano de lo desconocido. Una suerte de viaje iniciático hacia los umbrales de las perversiones y de las modernas fobias metropolitanas.

 

Narrada con una lineariedad burlona y llena de vueltas de tuerca, nos involucra enseguida en un verosímil cuasi-onírico, en la noche más absurda que Paul jamás podrá tener, engatusado sin saberlo en el interior de oscuras redes situacionales que jamás hubiera imaginado. Vórtices de la hybris, donde conoce personajes sin escrúpulos preparados para devorarlo, y sobre todo muchas mujeres solas (por ende, peligrosas). Él, que se autodefinía “un simple programador”, será víctima de contingencias bizarras a partir del arranque a toda velocidad de su Taxi desde el downtown, hasta llegar a la vuelta a su trabajo regular (fortín o refugio de lo conocido), empapelado en el interior de una escultura, que clausura su calvario irreal.

 

Fascinante reconstrucción de una Nueva York after midnight, poblada de criaturas extrañas en la que perderse no es una posibilidad sino una obligación. Asistimos consecuencialmente a la trampa mortal de una noche quimérica, que retoma una paulatina forma de prisión, narrada con distancia y con un aura mágica, bastante alejada de la formalidad del día. Y entre seres solitarios y grotescos o masas enfurecidas (que en parte guiñan el ojo a los zombies de Romero), Scorsese nos sugiere sus obsesiones religiosas implícitas así como el indicado camino de penas para ahogar la tentación. El viaje de Paul es el encuentro con sus propios miedos y deseos, desde el terror a las cicatrices hasta la canalización de sus pulsiones a través del miedo a la mujer, en toda su construcción caricaturesca y vampírica (la perversa, la histérica, la posesiva).

 

Excelente la prueba de Griffin Dunne. Al galope de un guión perfecto y circular, Scorsese logra construir el cautivador clima claustrofóbico/paranoico de la irrupción en el caos. Permanece en nuestro recuerdo un film apasionante, divertido y extrañable, que al terminar la visión nos devuelve, como a Paul, en la monotonía de nuestra esquemática realidad cotidiana, alejada de las grotescas monstruosidades del delirio suburbano.

 

 Lorenzo Barone








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