De Martes a Martes

Fecha de publicación: noviembre 24, 2012
Comentario

27º FESTIVAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. Al anochecer de otro día rutinario, Juan Benítez asiste a un episodio que lo pone en una encrucijada moral. Intenso retrato de desigualdad y abusos desde el punto de vista de un hombre en busca de una oportunidad en la vida.

Por nuestro enviado_______________________
“Es muy grandote para ser tan tímido, no combina”, le dice a su amiga la chica del kiosco, al verlo alejarse con la barrita de cereal de siempre. Y en verdad tiene razón. Juan Benítez es un fortachón de gimnasio que no habla con nadie y trabaja en una fábrica de ropa. Plancha, dobla pantalones y camisas, sufre las burlas de su jefe y de los vivos del entorno. A la mañana se mata los músculos entre aparatos y pesas, su verdadera pasión, y a la noche ocasionalmente, de no ser contratado como patovica en boliches, llega a ver a su esposa.
Es la vida de un personaje único, en el fondo querible, que como todos (y peor que todos) padece los esquematismos de la fría sociedad del trabajo. Subordinado a las leyes del sistema, vive una vida de cálculos de las llegadas tarde, de forzadas horas extra, en la que el dinero nunca alcanza o por lo menos sólo sirve para cubrir los impuestos. No se puede hablar de remodelaciones o de nuevos proyectos que requieren de inversiones sólidas. No se puede hablar de familia, reuniones, alegría. Juan padece la maldad que observa alrededor. Aguanta las injusticias, disimula ser imperturbable y reprime pensamientos violentos con su postura correcta y educada. Y hasta acá todo muy previsible, repetitivo e insistente, demasiado anclado en su estructura cronológica.
Pero de repente, una violación. Que vale el film. Y de pronto quedamos pegados a la pantalla. No por la crudeza de la misma (que de todos modos lo es) sino porque nos encontramos como voyeurs involuntarios, de noche, al lado de la autopista junto al mismo Juan, que sigue al violador mientras se esconde entre los arbustos al costado. Que en vez de accionar mira escondido a dos metros todo el sometimiento de la kiosquera sin oponer resistencia alguna. Escena logradísima, en tiempo real y que genera una gran perturbación, manteniendo al espectador pegado a la pantalla a la espera de una reacción que no llega. El grandote no acelera, no defiende a nadie, sólo sabe mirar. Sólo puede seguir a paso lento al violador satisfecho y anotar en un papel la chapa de su automóvil. Pero de ahí, la venganza será un plato a servirse frío.
Por un lado, dijimos, el film está cargado de repetitividades que no suman, abundantemente comprendidas como parte inherente al mundo descripto, a partir de la estructura que subdivide cada día de esta semana-clave. Pero a la información rutinaria que se repite (el odio del colega, el problema central del dinero), de pronto se suma la tensión por la nueva trama cuasi-policial, en la que Juan se desenvolverá confuso como siempre, sin saber bien cómo interactuar con el violador, entre búsquedas en cybers y visitas a su vieja amiga de la malavida. Pero a pesar de todo, elige una solución personal que al final, tal vez, pareciera no estar tan errada.
De un primer centro, que era el foco rutinario sobre el personaje de Juan, pasamos gradualmente a un segundo centro, o bien film convertido (o que pretende convertirse) en documento de denuncia, reforzado incluso por una placa final estadística.
Pero mientras Tufiño, en su primer largometraje, cuidó mucho la paulatina y callada relación con la kiosquera, no le prestó demasiada atención al lazo de Juan con su mujer y su hijo, enclave familiar que podría haber sido tratado de manera diferente y con más detalles íntimos, frente a la indiscreción del mundo exterior.
Lorenzo Barone




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