Uncle Boonmee, Who Can Recall His Past Lives

Categoría: Críticas
Fecha de publicación: octubre 24, 2013
Comentario

El Tío Boonmee sufre una insuficiencia renal aguda y decide terminar sus días en el campo. Mientras medita sobre los motivos de su enfermedad, los fantasmas de su mujer fallecida y de su hijo desaparecido se le aparecen. Junto a ellos, atravesará la jungla hasta llegar a una cueva en la cima de una colina.

Uncle Boonmee: placa sobre vidas pasadas que se manifiestan, primera secuencia. En la bruma de un atardecer hundido en los albores del tiempo, un misterioso búfalo se desprende de su atadura y corre solitario por verdes prados. Durante su silenciosa fuga, se torna una presencia resplandeciente en el eco de la noche. Atraviesa troncos y arbustos, sus pasos se vuelven afelpados, aparenta estar solo. Pero allí no está únicamente él; se percibe otra cosa. De entrada algo se revuelve y repercute junto a él desde otra dimensión. En la jungla magnética y viva, la presencia del búfalo sugiere cosas que todavía no estamos en condiciones de comprender. Con estas sensaciones arranca Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives (2010), en un comienzo propio del cine de Weerasethakul. Cine que no es fácil de catalogar y que resulta problemático o en todo caso reductivo abordar según encasillamientos. Para muchos, se trata películas lisa y llanamente alienígenas, filmadas por un enigmático UFO aterrizado de repente en las pantallas de prestigiosos festivales. El mismo Weerasethakul, mucho antes de Boonmee y de sus búfalos, había oído de un hombre que, al meditar, podía recordar vidas pasadas. Una tarde, buscando locaciones al norte de su país, encontró en sus manos el libro de Phra Sripariyattiweti, monje del monasterio budista de Khon Kaen. Allí se narraban actividades rituales y encuentros con hombres capaces de evocar existencias precedentes, vagar mentalmente por las llanuras de la región. El verdadero Boonmee ya había muerto cuando su historia llegó a los oídos de Apichatpong, estimulando una temática que antes de ser de este film, ya aparecía en un recuerdo de los protagonistas del menos reciente Tropical Malady (2004). Weerasethakul leyó el libro durante su viaje a la provincia de Nakhon Phanom, y fue seducido por la idea de ese Boonmee que seguía reencarnando, de forma insólita, siempre en los mismos lugares.
 
Aparecen entonces narraciones que transmigran y se recomponen en nuevas formas. Pero si en Mysterious Object at Noon, estas últimas parecían incrustadas en el riguroso orden y la estructura/problema de partida, en los films siguientes y en éste aparecen como recuerdos flotantes, evocados desde ángulos y perspectivas disímiles. Ensamblajes que se instalan y germinan. Relatos y metarrelatos que se acomodan en el tejido visual, colonizando la imagen como cajas de encastre. Lenguajes, por último, en donde cada historia particular que veníamos siguiendo desaparece en variaciones epidérmicas. Es allí donde resulta posible recuperar al mito, que transmigra y se redibuja en la superficie de la tierra visible, y que puede ser recorrido tan sólo siendo conscientes de su efectiva, si bien efímera, existencia.
 
Si los confines son lábiles en los espacios, lo mismo ocurre con el tiempo, entre pasado y presente, así como entre materias y espíritus. Está el presente como punto intermedio y fronterizo, el pasado reciente con los dolores sociopolíticos de Nabua en particular, y de Tailandia en general. Pero también está el pasado ancestral, auténtico, que llena su aire de polvillo lunar, que se reescribe en la extraviante jungla tropical como espacio inviolable para el nudo de los eventos. Repleto de identidades trasfiguradas, pasiones, luces imprevistas y por ende fulgurantes. Magmático espacio donde las leyendas cobran vida y germinan el mundo inconsciente. Memorias traspasadas o transmigradas, que hunden sus raíces en la cultura, en el imaginario que recorre aldeas tailandesas. Y luego, de vuelta a la ciudad, como si nada hubiese ocurrido.
 
Del pasado hay un centro, perdido en el fondo de la jungla: la caverna. Espacio de conservación milenaria, con sus misteriosos túneles y fantasmagorías, velo de culturas y antiguos saberes en vías de desaparecer en el seno de la urbanización. Lugar que hay que (volver a) cruzar, más que como rito de pasaje, como rememoración de un profundo estado mental. Cuevas ya no de los forgotten dreams, sino de sueños reencontrados otra vez acostumbrados, otra vez devueltos, a la oscuridad. Un negror inicial, lleno sin embargo de estrellas (el cielo de los dinosaurios era más luminoso y galáctico que el nuestro). Viajes mentales ahora posibles a través de pozos, pictogramas, estanques pululantes de peces ciegos o aberturas hacia el cielo nocturno desde donde se observa la luna llena. Y de estos ancestrales úteros de los primeros hálitos, entonces, de vuelta a espacios artificiales de las nuevas maquinarias. Lugares encadenados por recuerdos, atados por las incertidumbres, por los vibrantes susurros. Y ninguno podría existir sin el otro.
 
Más allá de cierta influencia del budismo Theravada, las temporalidades están repletas de presencias o figuras que irrumpen junto a los vivos. Lo sugestivo es que no se encuentran "allá afuera" sino que conviven "acá", a milímetros, junto al universo visual a gran escala. Las dimensiones colisionan y se funden. El estar-aquí implica entonces haber estado también en otra parte, en otro cuerpo o dimensión. Pero antes de transmigrar, los espíritus persiguen a los hombres, ya que “no están atados a los lugares sino a las personas”. El universo visible es sólo uno de tantos, entonces, que resulta interconectado en la energía de todos los seres que habitaron y vuelven a habitar la materia. Entidades perceptivas que se abren paso cuando se espera su revelación en la sigilosa hipnosis de la jungla. “Hay muchos seres allí afuera, en este momento”, dice el mono fantasma Boonsong recién materializado en la cena: “espíritus y animales hambrientos”. Primates nocturnos, o espíritus de la foresta, que se mueven en los bosques entre cavernas y árboles, alejados del nuevo mundo. El monstruo en Weerasethakul es lucha política, es resistencia contra la desterritorialización uniformada. Está por fuera de las intrusiones occidentales. Tal como la oralidad, el monstruo aparece con una mirada que rememora el período de la tradición, meditación y sueño. Un espacio mental y cultural perdido, despojado como un monje que se saca la regular túnica naranja y sale a bailar vistiendo sus blue jeans. Porque los religiosos dejaron de meditar y ahora sueñan con ser deejay, con mudarse a espacios hi-tech, lejos de las cavernas y sus taciturnas monstruosidades.

Lorenzo Barone
 




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CLARITA DIDEROT dice:

Interesante! Como puedo ver esta película? Te felicito!!!
Clarita

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CLARITA DIDEROT dice:

Excelente!!
Deseo ir a ver esta pelìcula!!!
Felicitaciones
Clarita

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