El árbol de lima

Categoría: Críticas
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Fecha de publicación: febrero 25, 2010
Comentario

Salma, una viuda palestina, decide librar una batalla contra el ministro de Defensa de Israel, cuya casa linda se encuentra frente a su campo de limones, en la frontera entre Israel y los Territorios Ocupados. La policía no tarda en decretar que los árboles de Salma representan una auténtica amenaza para el ministro de Defensa y su familia, y ordena que se talen.

 
En Cisjordania, la vida de Salma Zidane, viuda palestina que vive de los limones de sus árboles, se transforma en un infierno tras la llegada del Ministro de Defensa israelí a la mansión al lado de su casa. Entre Salma y su nuevo vecino hay un muro de seguridad que divide a modo de frontera los dos territorios limítrofes (ilustración sobre todo de la clara separación cultural e ideológica, más que espacial), y esta cercanía complicará la vida de ambos. El ejército israelí observa el huerto de limones como posible refugio terrorista y ordena talarlo para la seguridad del ministro: comenzará entonces para Salma una verdadera batalla legal para salvar sus árboles, que la llevará hasta la Corte Suprema con la ayuda de un jóven abogado palestino.
          
            El director israelí Eran Riklis realiza un film sencillo en su historia pero comprometido políticamente con la eterna problemática de la tolerancia entre dos pueblos enfrentados. En un enclave de realidad cotidiana, aparentemente austera y rutinaria, desemboca el conflicto político: Salma lo vive en primera persona y su lucha se convierte en un símbolo de resistencia por los derechos palestinos ante el poderío de un Israel occidentalizado.
 
           La postura sin embargo no se direcciona en una confección descaradamente pro-palestina: Riklis intenta analizar las razones de ambas partes, anclándose en la vivencia cruda de los acontecimientos y nunca adoptando el facilismo moralista al que Hollywood nos tiene acostumbrados. En todo caso, el ataque directo hacia la supuesta superioridad de occidente con sus leyes y sus tribunales, vendría a ser aquí (readaptando una formulación sartreana) no una decisión sino una necesidad, a modo de fiel denuncia de los hechos.
 
           No se entra demasiado en el mérito de la guerra y el odio, sino más bien en las diferencias de ambos estilos de vida: del Israel europeizado y lujoso, hundido en sí mismo (y que sólo alejado de su postura conflictiva podrá encontrar la cordialidad y el respeto), y de una vida palestina simple y precaria pero que mantiene fielmente sus raíces culturales y que arraiga en la heroína del film toda su bronca hacia una metonímica injusticia que puede ampliarse, por extensión, en drama de lo que se vive con el conflicto político general.
 
           La compleja situación bélica es explorada con cierta profunda ironía (que excava en los meandros de cada personaje) y un tono poético que perdura a lo largo de todo el film. Se denuncian las grotescas contradicciones de la clase alta israelí, encarnadas en el ministro Navon, pero también se sugiere un atisbo de dialogo y pacificación en la estupenda figura de Mira, la esposa del ministro que, librada del compromiso militar, puede ver con otros ojos la realidad que la rodea. Si el ministro mismo es la burocracia gris y cerrada en sí misma, generalizadora y con falta de sentido autocrítico, la relación de las dos mujeres muestra como ambas sufren la misma lejanía con los hijos, y como a pesar del factor cultural, también se pueden llegar a entender en sus posiciones opuestas.
 
Interesante, por último, el ataque implícito a los medios de comunicación, que toman una situación particular no tanto por el interés político propio, sino para hacer prensa y lucrar con ello, permaneciendo impreparados para analizar con objetividad el conflicto medioriental. Entre todos, excelente prueba de Hiam Abbas (Salma Zidane), la mujer que a palabras de su director “hará enamorar a los espectadores con su personaje”. Queda la duda, a nivel verosímil, de que un Ministro jamás compraría una casa en esa prohibitiva zona limítrofe.
 
Lorenzo Barone




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