OSCAR WINNER: El Secreto de sus Ojos

Categoría: Críticas
Fecha de publicación: marzo 16, 2010
Comentario

Benjamín Espósito está a punto de retirarse y decide escribir una novela basada en un caso que lo conmovió treinta años antes, del cual fue testigo. Su obsesión con el asesinato ocurrido en 1975 lo lleva a revivir aquellos años, trayendo al presente no sólo la violencia del crimen, sino también una profunda historia de amor.

Es difícil y bastante batallado realizar en este momento una reflexión sobre el film “El secreto de sus ojos” de Juan José Campanella. Tal vez sería más fácil limitarse al análisis del film en sí que ahondar en acaloradas problemáticas sobre su (no tan) sorprendente victoria en los premios Oscar como mejor film extranjero.
 
Comencemos desde el principio: “El secreto de sus ojos” es un buen film, que pone en evidencia lo mejor de la narratividad campanelliana y muestra destellos de gran técnica. Saca lo mejor de actores discutibles como Pablo Rago y el mismísimo Francella y logra que cada personaje sea memorable en su individualidad.
 
Film enseguida definido como “arrollador”, o “punto de llegada” del nuevo cine argentino, “El secreto de sus ojos” gira entorno a un crimen particular, pero habla quizá más acerca del concepto de la memoria, las batallas perdidas contra el tiempo y los objetivos de una vida que se escapan aún antes que nos demos cuenta. El ensimismamiento aparece trabajado en cada historia individual, según empujones centrífugos y centrípetos que determinan la estructura narrativa (que juega entre pasado y presente), así como la forma del film. Historias vividas y nunca concluidas, que el film se encarga de recuperar en los meandros de la memoria como diferentes puntos de vista. Son personajes onettianos, que arrastran su propio cansancio y recuerdan en parte la atmósfera de aquellos policiales en los que todo el mundo gira en falso y cada cual navega en el intento frustrado de sacar algo de una vida incompleta, interrumpida, volátil.
 
La trama se desenreda como un flujo discontinuo, de frecuentes saltos y dilataciones temporales, entre la antigua máquina Olivetti que no escribe la “A” y aquellas pasiones recurrentes, nunca concretadas y a la vez jamás abandonadas, que ahondan en cada mirada y excavan en un pasado que podría haber llevado a otro presente, diferente y más bello del actual. Es el recuerdo o sólo el recuerdo de un recuerdo, como dice el personaje de Rago, que encarna a un viudo memorable y permite encariñarnos y apegarnos a su sufrimiento (literalmente impresionante la actuación en la escena del teléfono).
 
“El secreto de sus ojos” no es una película sobre un asesinato, no pretende demostrar nada a nivel de investigación (y cuando lo hace, lo hace de forma banal). Se presenta más bien como una suerte de crónica del tiempo perdido que, justamente en cuánto perdido, también es encarcelado, en aquel pasado que ya no vuelve, que afecta al presente y condena el futuro. Y mientras se busca encerrar al asesino Isidoro Gómez, es el mismo Benjamín Esposito (ese monstruo de Ricardo Darín, cada vez más icono del cine argentino) quién vive en una verdadera cárcel interior, en su relación con la amada colega Irene (Villamil) y la imposibilidad de salir a la luz con sus verdaderos deseos.
 
El film también manifiesta ciertas ingenuidades, o resabios de trivialidad perteneciente al clasicismo exasperado en el que se enmarca. La cuestión del pasado nos toca, pero éste no logra ser representado de una manera problemática y afligida: las técnicas utilizadas no dicen nada nuevo, y el film muchas veces cae en convenciones como el flashback recurrente (cuantas veces en la historia del cine vimos la escena de la pareja que se despide en la estación de trenes), la música melodramática, el montaje que va y vuelve y que maliciosamente se detiene en los momentos de más impacto emotivo. Es verdaderamente impactante el plano secuencia en la cancha de Racing, pero luego de éste el film cae en tensión y ritmo, con algunas escenas previsibles y evitables, y tropieza así en la formulación hollywoodense de exagerar cada dosis melancólica y pretender mostrarlo siempre todo: se presentan inútilmente explícitos algunos conceptos fundamentales que pueden ser contados recurriendo a la metáfora o a la sugerencia (el final de Isidoro Gómez, por ejemplo, es gratuito y no agrega nada). Es también por esto que el film gustó a los norteamericanos.
 
Pero lo preocupante, en todo caso, es otro tema: hay un problema local y actual que no tiene que ver con el film en sí sino con las respuestas que éste puede generar en el mundo del cine argentino. Luego de su victoria parece ser ahora que es éste el cine que “se debe hacer”, ya que es lo que “le gusta a la gente”. Entonces, podríamos llegar a pensar escenarios hipotéticos en los que se llegara a escupir sobre el cine independiente o de grupos no jerárquicos ni financiados (el “Tercer Cine”, dicho con Solanas), porque aburre y no tiene gran técnica ni efectos, ni se ampara en leyes de género. Los actuales polemistas no se dan cuenta (o no quieren ver) que es en verdad el film independiente el cine “de la gente”, porque no rige en términos de superproducción y cash y generalmente llega a preocuparse mucho más por conceptos como la diversidad, la tolerancia, la cultura y los problemas político-sociales de una forma que tal vez un film industrial nunca podría hacer.
 
Citando una frase que escribió un amigo, el problema no es Campanella sino los campanellistas. En este sentido, las influencias posteriores que este Oscar puede llegar a tener sobre el panorama cinéfilo argentino son preocupantes, ya que nuestro país necesita del apoyo al cine marginal, estudiantil y alejado de los estudios o los cachets actorales. Pero esta victoria podría también taparnos los ojos (sin malicia respecto al título) y llevarnos a abandonar la democrática tendencia de financiación para cines independientes y acercarnos una vez más y exclusivamente a lo industrial genérico, azucarados o superespectaculares en su ostentación de recursos técnicos.  

Lorenzo Barone





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ESTEBAN dice:

muy buen comentario!

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