Aquel Querido Mes de Agosto

Categoría: Críticas
Fecha de publicación: marzo 21, 2010
Comentario

En el corazón de Portugal, entre las montañas, el mes de agosto es un alboroto de gente y actividad. Vemos emigrantes que vuelven a sus casas, bailan, cantan karaoke, se tiran de los puentes y cazan jabalíes, hasta que pasamos a ver la relación afectiva de un padre, su hija y el primo de ésta, todos músicos en una banda.

Un film en construcción. En las zonas montañosas y playeras del Portugal actual, durante el caluroso mes de agosto, la población se multiplica y se entrega a una enormidad de actividades. Todos vuelven de sus moradas lejanas en donde trabajan a lo largo del año y se dedican a cantar, organizar fiestas, bailar, tomar alcohol, realizar coreografías y reactualizarse entre ellos. Mientras estas acciones ocurren, la verdadera troupe cinematográfica a cargo de este mismo film sigue a cada personaje hasta decidir centrarse las relaciones sentimentales mantienen dos jóvenes en el interior de un grupo de música folklórica.
 
Ganadora del BAFICI en 2009, opera prima que desentraña la problemática del film dentro del film, y la cuestión meta-semiótica del cine que habla de sí mismo. El verdadero conflicto implícito no es la trama específica que el director quiere narrar, sino la realización misma de esta película: la falta de un productor, los problemas de sonido y la puesta en evidencia del rodaje frustrado. Entramos en el esqueleto del film, un detrás de bastidores que nos abre las puertas hacia lo que ocurre cuando la cámara está apagada (la cámara diegética, claro), y casi como un trabajo de carpintería, va tomando forma el film original que el director busca hacer, el que está guionado y que al principio no vemos, ya que se irá moldeando de a poco.
 
La primera parte completamente documentalística (o simulacro de documental reconstruido) sobre los problemas de producción de un film (financieros y cronológicos) se va convirtiendo gradualmente entonces en una ficción completa, y ahí el film cambia de estructura repentinamente, comienza a seguir otras lógicas de montaje, narración, diégesis, actuación o ubicuidad de planos. Dos films en uno, o bien un admirable juego de representaciones, en donde el primer film (el ¿Cómo se hace un film?) esconde dentro de sí mismo un meta-film, ficcionalizado, guionado y si se quiere más esquematizado en el sentido común del término.
 
Espacio y tiempo se unen en un mismo canto a esa región portuguesa, hecha de amplias vegetaciones, mares grisáceos, pero también bodegas, alcobas, patios de baile. Mientras los lusitanos buscan aferrarse a su pasado y sus raíces (memorable la canción dedicada a la tierra de Beira), en un verano lleno de folklore y alegría, pálida nostalgia en la luz ocre de un atardecer mediterráneo, la misma troupe cinematográfica a su vez busca su propio film en un amplio recorrido espacial. Se recorre Portugal, sus meandros, sus lugares más característicos en la búsqueda y el encuentro constante del film que el director se planteó en un principio y que va construyendo, azarosamente y a través de la experiencia, en la lucha constante por conseguir dinero.
 
Se exploran así los umbrales y los propios límites del discurso cinematográfico, en el intento postmoderno de poner en evidencia el constructo y hacer jugar los dos universos representacionales, casi a la manera de un Marat Sade de Weiss, así como con cierta estructura de cajas chinas ya presentes en una Neverending Story que da pie a interesantes paradojas (el Miguel Gomes que aparece en escena también es un actor y también está interpretando).
 
El film ahonda en un problema cinematográfico muy actual, que excava en el límite entre ficción y realidad en una serie de imágenes apasionadas del Portugal folklórico y musical, hasta que encuentra su propio “héroe” en un jugador de hockey que vendrá a interpretar el cantante de una banda. Y si los primeros 20 minutos nos perdemos en la preparación a la película, con tomas aisladas, desprolijas pero al mismo tiempo conmovedoras por su simpleza y sus sentimientos escondidos, cuando a mitad del film se encuentran actores y arranca la narración guionada, entre relaciones incestuosas y los problemas internos y sentimentales de una banda musical, el film se expande en su gran libertad visual y narrativa, de lo popular exterior y lo productivo interior. Del experimento brota la poesía.
 
Lorenzo Barone




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