Comentario
El frenético deambular de dos amigos, Marcus y Pierre, borrachos de venganza, por el lado más gore de la noche parisina. Buscan el responsable de la violación y asesinato de la compañera de Marcus, la bellísima Alex, condenada por una mala jugada del destino a morir una noche cualquiera después de una atroz agonía de casi diez minutos.
La historia que conforma el film Irréversible es de una fatal simpleza: retrata un día en la vida de Marcus (Cassel) y la bellísima Alex (Bellucci, ¿Quién otra?), que viven juntos y deciden salir con un amigo para asistir a un cumpleaños nocturno hecho a base de alcohol y estupefacientes. En la fiesta Marcus y Alex discuten, ella decide volverse temprano a su casa y para encontrar su taxi cruza en soledad un pasaje subterráneo. Allí es brutalmente agredida y masacrada por un sádico desconocido que le pega gratuitamente dejándola al borde de la muerte, lo que desencadena la desenfrenada reacción de su novio que, acompañado por el amigo filósofo, recorren los rincones más sórdidos de la ciudad hasta llegar a un tenebroso punto de encuentro gay, el Rectum (un nombre/una verdad), cumpliendo su propia venganza y confundiendo incluso al culpable.
Esto es todo lo que se cuenta, y alcanza y sobra para entender la banalidad del asunto. Sólo que es aquí cuando aparece el “golpe de genio” de Noé (las comillas son obligatorias), que decide invertir completamente la historia y mostrarla al espectador en secuencias que van de la última a la primera, en completa reversibilidad, creyendo a ciegas en este “novedoso” mecanismo (comillas nuevamente obligatorias, ya que inversiones similares fueron utilizadas en Memento y en otros films experimentales de la Historia del Cine). Reversible entonces. No irreversible, como el título insiste en sugerirnos. Irreversible en todo caso sería la trama (¿Pero cuál no la es?), y la fatalidad descripta por la hybris, con una narración que parte de las tinieblas y la masacre final para llegar en reverso a su causa determinante, y así sucesivamente hasta alcanzar la luz diurna (o bien la de un parque en el que la bella Alex lee un libro acostada, ignara de aquello que le ocurrirá poco después).
Superar el primer cuarto de hora se vuelve imposible para un espectador convencional: lo perturbador de la memorable escena de la violación (que dio fama al film y le brindó un claro input publicitario) es tal vez superado por el asesinato del supuesto agresor en el Rectum, producido a golpes de matafuego en la cabeza del moribundo ya tirado en el suelo, a quién pronto le saldrán los sesos y se le verá el cráneo. Luego de este comienzo (que en realidad es final), surge la clave de lectura del film: partimos de la atrocidad para ir produciendo sentido al descubrir aquello que la ocasionó y la causa de la causa. Descubriremos más tarde también el embarazo de la protagonista y el oscuro sueño premonitorio: honestamente muy poco, si consideramos la crudeza del comienzo.
Por otra parte hay que aceptar los grandes logros del film: el director argentino prometió escandalizar al espectador y lo logró en todo sentido, presentando la bestialidad de la vida en toda su atrocidad difícil de digerir y evitando fáciles golpes bajos, para conformar un drama de violencia que desencadenará sucesivas violencias reprimidas. Rape and revenge, entonces. Se configura un film que vive de la búsqueda al límite de “aquello que ya no puede mostrarse”, y adquiere gran fuerza en las extraordinarias actuaciones, cándidas y sinceras, que vuelven creíble el drama, acompañado por un impresionante manejo de cámara que sigue constantemente a los protagonistas, en sus interminables planos secuencia separados únicamente por el eventual corte temporal. Gran técnica y excelente montaje (firmado por el mismo Noé), para un film que llega a su punto cumbre en la escena de la violación: nueve eternos minutos mostrados en un único plano fijo, desde el suelo.
Pero lo bueno, que lo hay y mucho, se encuentra más bien en la forma que en el contenido. Una genialidad: el descenso visceral en el antro gay, hecho de imágenes fugaces de cuerpos, gritos e incesantes ruidos vibratorios, está logrado de manera magistral, casi a modo de infierno dantesco o conradiano. El resto es el intento de un director autocomplaciente y pretencioso, de formular moralejas baratas a partir de la banal frase que menciona el viejo escuálido al comienzo, “el tiempo lo destruye todo” (con la que encima, como si no bastara, se cierra el film). Ese mismo viejo desnudo, protagonista de sus dos precedentes films, es parte de una sociedad ya insertada en un panorama brutal, que Noé sabe describir hábilmente. Pero terminada la hora de la brutalidad, ya no permanece interés alguno por lo que sucede en las secuencias sucesivas a la violación: los protagonistas se asoman sin dejar emociones, y nos vamos acercando a la insignificante introducción que pierde todo el poder del comienzo/final, y retrocede hacia la serenidad trasparente de lo cotidiano, hasta llegar a una Monica Bellucci relajada sobre el pasto, con niños corriéndole alrededor y un Beethoven que resuena en el aire junto a la cámara giratoria. Happy ending, o happy beginning, si se quiere.
Lorenzo Barone
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