ESPECIAL MONICELLI: La Grande Guerra

Categoría: Críticas
Fecha de publicación: diciembre 3, 2010
Comentario

En un regimiento italiano se encuentran Oreste y Giovanni, dos cobardes entre quienes nace una fuerte amistad basada en el deseo de supervivencia. Ambos son enviados a la retaguardia, en donde esperan en medio del duro entrenamiento pasar al frente. Pero inesperadamente, la inútil pareja está a punto de convertirse en ejemplo de heroísmo.

Más que un simple análisis, esta vez nos gustaría dedicar el apartado a la memoria de Mario Monicelli, a pocos días de su fallecimiento, creador y primer exponente del filón cinematográfico de la commedia all’italiana, además de gran intelectual, batallador a favor de la cultura y los jóvenes artistas desamparados de la actualidad. Hoy en día las escuelas de cine olvidaron su nombre para promover tal vez sus otros conterráneos más existencialistas, oníricos o alegóricos. Y es que Mario no amaba producir rompecabezas formales y psicológicos, su campo era más bien esa maravillosa comedia popular del hombre común, el lenguaje regional, que apuntaba a ser fresco de época y una mirada del todo novedosa sobre la transformación del carácter nacional. Era el último representante en vida de los maestros del Gran Cine Italiano, esa irrepetible epopeya que brotó del neorrealismo y la necesidad de salir a la calle a filmar la postguerra, la pobreza radical, pero también la esperanza hacia un futuro mejor. Y en ese mismo futuro, que hasta entonces permanecía utópico, surgirían obras maestras inolvidables, creadoras de inmortales personajes, concebidas por geniales artífices. Entre ellos, sin duda Monicelli, aventurero de un cine que pasó gradualmente a estar en la cresta de la ola y que aún goza de amplios reconocimientos mundiales. Su muerte revitaliza hoy un velo de nostalgia y tristeza en el recuerdo de días felices que ya no lo son.

 

Commedia all’italiana, decíamos. Sinónimo de comedia comprometida, inteligente y profunda, adherente a la realidad, satírica, que supo reflejar la Italia del boom y matizar dentro de ella al nuevo italiano, con sus tantos defectos (vago, charlatán, chapucero, irresponsable, de euforia artificial y en parte canalla) pero también todos sus valores (simpático, generoso, disponible, sumamente pasional). Monicelli fue significativo en el desarrollo de esta corriente, produjo numerosas obras maestras, al tiempo que tenía ese extrañable sarcasmo de no tomarse demasiado en serio: “pertenezco a una generación donde nos hacíamos directores de cine porque no éramos capaces de escribir una gran novela. Pudiendo elegir, hubiera continuado en el intento de imitar a Dostoevskij”. A través de sus películas Mario sabía observar la Italia y los italianos como pocos: fue una suerte de Balzac del cine, gran hombre de izquierda, rodeado siempre por extraordinarios actores (los mejores de aquel momento), además de permanecer siempre fiel a su línea, polémico contra el cine de autor y crítico frente al cualquierismo actual. Campeón de la risa, sí, pero también de las sonrisas amargas, que se elevaban a reflexiones agridulces de dramas latentes, o ataques inconfundibles debajo de las máscaras que sabía retratar: en ellas brotaban los oportunistas, los ladronzuelos sin suerte, los embusteros populares. De a poco nacería la Italia de los Brancaleones, de los nuevos Casanovas, pero también de los héroes por azar.  

 

Siempre debajo de sus inconfundibles bigotes, Monicelli realizó la que tal vez sea su obra maestra máxima, el primer film italiano sobre la Primera Guerra Mundial: “La Grande Guerra”. Film centrado en las figuras de dos soldados vagos y fanfarrones, que tras intentar emboscarse de cualquier forma posible, son finalmente reclutados en el ejército italiano. Hablamos del milanés Giovanni Busacca (Gassman) y el romano Oreste Jacovacci (Sordi, en uno de sus mejores roles). Lingüísticamente distintos pero con el mismo hambre de sobrevivir, el instinto de conservación y la idéntica ausencia de motivaciones por las que vale la pena ser valientes. Italianísimos antihéroes, que en el frente del primer conflicto mundial intentan de cualquier manera evitar los peligros, y en ese arte de arreglárselas, de a poco comienzan a familiarizarse con todas las desgracias de la guerra, desde el miedo hacia el enemigo hasta las tristes y precarias vivencias cotidianas. “Ho lasciato la mamma mia / per venire a fare il solda”. La experiencia de ambos da pie a situaciones hilarantes, a veces cínicas, por momentos despiadadas. Era la guerra lenta de las trincheras, pero también la de los pobres, los débiles, los cobardes. La guerra de todos, en fin. Seguramente fue la de los pávidos Busacca-Janovacci, amigos/enemigos, cobardes vísceralmente convencidos, y por eso profundamente humanos, catapultados en la situación más inhumana que se pueda imaginar y así y todo, fuertes de su propia capacidad de escabullirse.

 

(sigue abajo)

Antes de Monicelli, la Gran Guerra era una temática como dijimos nunca tocada por el cine italiano: en cuarenta años nadie se había sentido a la altura de representarla. En el origen de este film hay un cuento de Maupassant (Dos Amigos, retransformado en función de la beligerancia italo-austríaca del ’15-‘18), un guión por parte de esos auténticos monstruos de la escritura cinematográfica cuales Age y Scarpelli, sumados a Luciano Vincenzoni. Monicelli acababa de triunfar mundialmente con “I Soliti Ignoti” (también presentes Gassman y Sordi en el cast, además del genio de Totó). La apuesta fue la de introducir dos torpes rufianes, excéntricos pero nunca caricaturescos, en un cuadro general doloroso y realista. A favor del compromiso con el tema histórico, se decidió adaptar la situación cómica original a la tragedia colectiva, un objetivo logrado brillantemente. Partiendo de la estructura, con una introducción fragmentaria y descriptiva entre canciones populares de los soldados en el frente, surge el superlativo bosquejo de una gran cantidad de personajes de contorno, desde el memorable y compasivo Teniente Gallina de Romolo Valli, hasta la afectuosa prostituta Costantina (Silvana Mangano), pasando por el supuesto “novio” de la diva del cine silente Francesca Bertini. En más de dos horas de narración el relato se vuelve coral y tempestivo, como era justo que fuera, y es allí donde los Busacca-Janovacci, víctimas de la indolente pereza que tantas veces los había salvado, son capturados por el enemigo austríaco y obligados a confesar información confidencial. Y entonces, la vuelta de tuerca: ambos podrían escapar al fusilamiento declarándose espías y revelando estrategias de su ejército, pero estos cobardes-cualquiera sabrán al final morir como héroes, y en el modo más atroz posible, prefiriendo sacrificarse por la patria y por la propia dignidad antes de convertirse en traidores, en uno de los finales más conmovedores de la historia del cine.
 
Vicios y debilidades, pero también héroes sin heroísmo, para estos soldados desconocidos que reactualizan su muerte en ese inevitable final común de la hambrienta humanidad. Tal como el otro gran estafador-héroe rosselliniano de “Il Generale della Rovere” (León de Oro ex aequo con este film), que decide morir fusilado para redimirse. Es así como Alberto Sordi se aleja con el famoso grito “yo no sé nada, soy sólo un cobarde”, mientras lo arrastran contra el muro. Y es así como antes de su trágico final, Vittorio Gassman en pleno acto de orgullo personal y tal vez en la primera (justificadísima) mala palabra del cine italiano, le grita en la cara al general austríaco “yo no te digo nada, cara de mierda”, en puro lombardo.
 
En fin, una de las tantas épicas tragicómicas firmadas Monicelli. Que, al contrario de sus personajes, era cuánto más distinto se pueda imaginar: antiretórico, moralista, de valores laicos, socialistas, profundamente antifascista. Haciendo reír, Monicelli reveló a los italianos sus cualidades insospechadas, sus vicios y virtudes, hoy exacerbados en el berlusconismo imperante de una sociedad del reality y las vedettes. Hace pocos meses, Mario había bajado a la plaza para protestar contra los cortes a la cultura, y dijo que “los italianos ya perdieron el orgullo y el impulso personal; la esperanza es una trampa inventada por quién manda: haría falta una revolución”. En 95 años de vida mantuvo intacto ese espíritu combatiente que lo caracterizaba, jamás dejó de ser el mismo de siempre, incluso escondido detrás de su voz acompasada de los últimos tiempos. Esta actitud sincera y anticonformista sin duda también fue parte de su merecido éxito. Y era por esto que le queríamos todos un bien del alma.
 
Lorenzo Barone




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JUAN DIEGO dice:

Para tener en cuenta.. Donde la dan?

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LORENZO dice:

Seguramente va a ser parte de la retrospectiva del Ist. Italiano de Cultura en cuànto homenaje. Después te paso los horarios!

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FRANCESCA dice:

Bravo Lorè!

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ERNESTO dice:

Gran Director. Aunque me gustan mucho más Amici Mei y L’Armatta Brancaleone

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