Bafici: Attenberg
Fecha de publicación: abril 10, 2011
Comentario
Marina, su padre Spyros y su amiga Bella. Los tres viven en una especie de ciudad-dormitorio simétrica, toda blanca, y se comportan de manera estrambótica: ensayando pasos ¿de baile? y torpes besos de lengua por la calle, imitando animales salvajes, escupiendo desde la ventana, planificando hasta el último detalle la propia cremación. El film que consagra Tsangari en el panorama internacional.
Entrecruzamientos y relaciones de la tímida y misántropa Marina: primero con su mejor amiga (la más pasional y desenvuelta Belle), luego con su padre agonizante de una enfermedad que parece terminal, y finalmente con su nuevo y arrinconado amante, dispuesto a conectarse con ella a través de un paciente e ineficaz erotismo asustado.
El segundo largometraje de la directora independiente de origen griega, AthinaRachelTsangari (tal vez uno de los grandes talentos del nuevo cine helénico), se centra en la tristeza, la soledad y la mediocridad del individuo desamparado en el sombrío panorama urbano. Para enfatizarlo, se utilizan estrategias de lo absurdo, expresiones corporales a lo Cassavetes y humor negro a lo Roy Andersson (algo aquí nos recuerda “Songs From The Second Floor”, pero es sólo una impresión estética). Narrado con sequedad pero a la vez con una abundante dosis de cinismo crítico, el film no tardará en subrayar lo inevitablemente patético que se esconde detrás de la naturaleza de cada ser humano.
Según las propias palabras de la directora, el film pretende seguir la estructura de la tragedia griega, aunque a ciencia cierta no intente utilizar de ésta la evolución dramática, que aquí parece frustrada ante la imposibilidad de catarsis. Lo innegable es que Tsangari busca hurgar entre las posibilidades del lenguaje cinematográfico, de gélido rigor formal, para encontrar la fuerza que logre reflejar por sí misma esa sensación de extrañamiento y perdición que radica en los meandros de la naturaleza humana. Conexiones expresivas que a lo largo del cuadro no llegan a cumplirse del todo, permaneciendo aisladas en una distancia atroz e insuperable, como la Marina que baila frente al padre muriente, o Belle que la toca y la rechaza en un gélido deseo/represión sin clausura afectiva, como la incomunicabilidad y la incapacidad de transmitir experiencias entre todos los personajes.
Algo de cariño espontáneo tal vez aparezca en la relación padre/hija, que sin embargo no tardará en perderse también en la correspondencia general de cuerpos y espacios, en un paisaje hecho de fábricas, de tierra polvorienta, de mudas construcciones que se elevan en un abandono cual grilla urbana que se asoma a un silencioso mar. La excitación y el interés estético se han perdido, y así el sexo, y así la muerte, encarados con ausente reluctancia. La solitaria Marina es un cuerpo integrado a la ciudad y vagabundea entre lecciones de besos, regaderas funcionando, contactos, nitideces, interiores de tristes salones, movimientos histéricos, represiones, y nuevamente más contactos, excéntricas marchas, imágenes blancas de hospital, vacíos.
Todo esto solidificado a partir de planos largos e inmóviles, casi teatrales, de cuerpos en estasis o en perenne mutación, como ballet puramente físico, única conexión permitida entre cuerpos distantes. Los tópicos son los de la errancia y el exilio de uno para con uno mismo, entre los polos del eros y el thanatos. Pero es cierto también que no se logra alcanzar conocimiento alguno de ambos polos, hasta permanecen irresueltos en emociones frustradas, entre muertes imposibles de lexicalizar y relaciones (a)sexuales, frías y llenas de insatisfechos diálogos. El verdadero tópico, no tardaremos en comprenderlo, será entonces la imposibilidad de aferrar estas dos confrontaciones-límite. A acompañar esta premisa planos, algo de la animalidad que redescubre lo excrementoso del caos primordial (imitaciones dionisíacas, ruidos, escupidas y gestos que recuperan movimientos arquetípicos de aves, felinos, mamíferos primates, tal vez demasiado insistentes a lo largo del film). Pero también represiones y tabúes, en un caudal de signos que no logran recomponerse, permaneciendo desnudos y desesperados tras una anónima melancolía circundante.
Excelente la prueba de todos los no-actores, elegidos justamente por ello pero también tras largos meses de casting. Se trata más bien de coreógrafos, ingenieros, otros directores catapultados en un nuevo rol, tanto como para reforzar la idea de exilio de la persona de su contexto. Libertad interpretativa e improvisaciones, entonces, entre el juego y ese primer núcleo mítico no lexicalizable, que revitaliza cierto salvajismo mágico, demasiado insistente y a veces fin a sí mismo, en el que Marina parece reconocerse.
El título del film se refiere a la pronuncia equivocada que Belle hace de Sir David Attenborough, científico naturalista británico, director de documentales sobre el comportamiento humano. Pero también podría ser el nombre de la desamparada e inhumana ciudad en la que habitan. Coppa Volpi en Venecia a la mejor actriz para la protagonista Ariane Labed.
Lorenzo Barone
Dejanos tu comentario