Bafici: Videogramas de una Revolución

Categoría: Críticas
Fecha de publicación: abril 17, 2011
Comentario

Rumania, 1989: levantamiento popular, caída del poder, ejecución de los déspotas. Luego de los primeros disturbios en Timisoara, la caída final en Bucarest frente a las cámaras. Los manifestantes ocuparon la emisora de televisión y transmitieron la revolución ininterrumpidamente.

1991. Harun Farocki se reúne con Andrei Ujica y le propone realizar un film que adapte diálogos y reflexiones acerca de la revolución rumana contra Ceausescu. Pero Ujica no buscaba un documental tradicional, hecho de testigos y entrevistas de personas que hablan frente a cámara. Quería explayarse hacia otro sector. Quería poner en tela de juicio la construcción documentalística misma a partir de la reunión de videogramas. 

El film se centra en la revolución de 1989 en Rumania, que terminó con el juicio y la sentencia a muerte de los cónyuges Ceausescu en Târgoviste. Pero también la revolución que se dio simultáneamente en la televisión de la época, con los revolucionarios que la ocuparon y comenzaron a transmitir ininterrumpidamente las novedades. Somos partícipes, a través de la unión de noticieros y apelaciones en canales abiertos, a un cambio drástico en el curso de la historia de los medios de comunicación, que implícitamente puede ser actualizado a la unidireccionalidad del aparato mediático actual, que jamás permitiría tal intervención espectatorial en el seno de su discurso (aunque de revolución se hable).
 
El film basa su fuerte contenido en la reunión y alternancia entre tomas realizadas por las cámaras de televisión (punto de vista inicialmente manipulado y “oficial”) a otras hechas por cámaras aficionadas que recuperan las grabaciones privadas de gente común con filmadoras caseras. Puntos de vista distintos, una narradora que nos introduce las imágenes y mucha tensión en el aire en esta deconstrucción de la imagen mediática en los tiempos de una revolución. Pero el análisis deconstructivo no es crítico frente al modelo telecomunicativo, sino que pasa a adquirir fuerza justamente a partir de los puntos de vista de la gente que allí participaba.
 
La película comienza con el último discurso de Ceausescu en el palacio presidencial (compartiendo inicialmente el punto de vista que el espectador-cualquiera podría tener), pero luego pasa enseguida a tomar otra dirección, desligándose de la cámara hegemónica (que comparte el lenguaje del poder) y tratando de reconstruir aquello que allí se comenzaba a puntualizar. En un extraordinario y minucioso trabajo de montaje, Farocki y Ujica redireccionan documentos históricos e imágenes espontáneas, por sobre todas las cosas fidedignas, hacia una clara lectura del curso de la historia.
 
El reflejo histórico (común denominador de otros films de Ujica) se realiza también cumpliendo un trabajo sobre el tiempo y un análisis explícito de la narración, así como de las tantas voces que intervienen, en una verdad que ya no es indiscutible y absoluta sino que se atomiza y pasa a pertenecer a una polisignificación de la que brota otra historia paralela. El mismo montaje que acompaña le sirve al espectador (que comprenderá el film aunque desconozca por completo la reciente historia rumana) para participar e interpretar el curso de los acontecimientos.
 
Y así como no hay un claro protagonista ni voz superior a otra, la masa va tomando distintos lugares en la narración, con personajes que van y vienen (lo que nos recuerda “Octubre” de Ejzenstejn y no creo que sea una comparación tan azarosa) y el dictador que aparece sólo al comienzo y al final, eclipsándose en la mitad pero permaneciendo siempre presente como sombra que acecha detrás de cada evento. Y finalmente, cuando la explosión de la masa termina, no hay personajes que retoman el poder sino la misma multitud revolucionaria que se expresa por igual y en completa sintonía: son ellos los héroes de la insurrección, junto a sus cámaras y su hambre de transformación.
 
Lorenzo Barone




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