Nader and Simin, a Separation

Categoría: Críticas
Fecha de publicación: abril 22, 2011
Comentario

Simin ha hecho todos los trámites para conseguir las visas que le permitan salir de Irán con su marido Nader y su hija Termeh, pero él se resiste a acompañarlas: tiene que cuidar de su enfermo padre. Simin se va de la casa y Nader se ve obligado a conseguir alguien que cuide de su padre: comenzará un intrincado thriller judicial en el que se confundirán desde la codicia hasta la culpa.

“Es un buen hombre: me separo de él porque no quiere irse del país conmigo, sino no lo dejaría”. Nader y Simin se están por divorciar. Frente al juez, ella pronuncia esta frase, que será clave a lo largo del film. Ambos acaban de obtener el permiso para expatriar a la propia hija y abandonar su Irán natal. Pero Nader rechaza la intención de transferirse con su esposa al exterior por no querer dejar solo al padre enfermo de Alzheimer. Él considera que es su obligación quedarse a ayudarlo en sus últimos días. Ella, preocupada por la situación social, no ve la hora de mudarse al exterior y pensar en otro futuro. El divorcio, más que una elección, se vuelve entonces una inevitabilidad. Llegarían a un acuerdo si no fuera por la tenencia de la hija Termeh, que ninguno de los dos quiere dejar al cónyuge. Simin abandona el hogar y se muda; la hija queda inicialmente con Nader. Para este último, sin embargo, se vuelve imposible cuidar al padre por su cuenta. Pronto se verá obligado a asumir una señora que lo mire mientras él trabaja, temiendo que el padre a falta de autonomía pueda provocar peligros. Encontrará a una mujer embarazada y ya madre de una nena, Razieh, que acepta el trabajo ocultándole todo a su susceptible marido, que a su vez nunca le hubiera dado el permiso de realizarlo. A partir de aquí, esta situación de interior familiar asumirá en poco tiempo las coordenadas de una tragedia, el día en que la nueva doméstica atará al anciano a su cama para salir a escondidas de la casa, y Nader lo encontrará tirado exánime y cabizbajo en el suelo.

Uno de los mejores films del nuevo milenio. Magnífico retrato interior de una familia iraní, que narra por un lado el final de una historia de amor, y por el otro el rol social de cada individuo con la religión que impregna las dinámicas cotidianas. Congelante retrato de separaciones, dudas y mentiras con buenas finalidades, en un mundo en el que la teocracia hace el papel del león en el seno de los conflictos interiores y define en última instancia las relaciones mismas entre los hombres. Pero esto no es todo, no podría serlo. Más bien, es sólo la fachada para la manifestación de otros discursos más complejos y otros puntos interrogativos a plantear. Que film no responde sino que se encarga de transmitírselos al espectador, permitiendo que éste los formule por su propia cuenta. “Nader and Simin” es un film que se aferra al alma, con toda la fuerza de su carácter intimista, su mirada hacia la humanidad, su profunda candidez. “Me gustaría pensar que el espectador, terminada la película, siga por su propia cuenta el viaje, imagine lo que ocurrirá”, dirá en Berlín el director Farhadi, a quién el régimen iraní le había arrebatado hace menos de un año la licencia de director, salvo después (por suerte) devolvérsela y permitirle ganar así el merecidísimo Oso de Oro.
 
Asghar Farhadi es un gran narrador y lo sabemos. Ya lo habíamos podido vislumbrar en el bello pero menos afortunado “About Elly”. En sus films permanece una cierta mirada documentalista, en la geografía de fondo y la lectura sociopolítica de las situaciones humanas (a veces literal o eventualmente implícita), así como la construcción de un cine ya no "de clausura" y correspondiente al concepto de relato total, sino de obras que exponen constantes fragmentaciones y tensiones con el propio discurso producido, de austera vitalidad, sin caer en excesivos oropeles sentimentales. De esto brotan films que se preguntan por sí mismos e indican novedosos senderos para la percepción espectatorial. De hecho se puede observar, en el Irán actual, aún hoy reaccionario y dictatorial en su teocracia intolerante, un particular modo de hacer cine que no niega en términos generales cierta influencia del Neorrealismo (sobre todo en su esencialidad y transparencia) pero que al mismo tiempo sabe readaptarlo a su realidad opresora, germen de censuras que obligan a nuevos modos de exponer los discursos.
 
En este caso, “Nader and Simin” no tiene nada que envidiarle al mejor Bergman. Es un film que parte de la articulación de relaciones familiares y se libera al carácter universal, entre dramas yuxtapuestos y relámpagos de ironía, con personajes interpretados espléndidamente y un aura de sospechas que abre tantas posibilidades de interpretación. Su logro se halla también en el análisis, para la mirada occidental, de uno de los aspectos menos conocidos de la cultura iraní, con tantas capas de lectura sociológica y magníficos diálogos. Cómica y al mismo tiempo terrorífica la escena en la que la doméstica, en su primer día de trabajo, telefonea a una suerte de oficina de comportamientos cónsonos para saber si está prohibido por la religión cambiarle el pantalón al anciano que se acaba de orinar encima. Y está justamente en este choque entre tradición y modernidad la tensión que trata el film, junto al miedo de perder la dignidad, la mentira como arma de amor frente a una hija, pero también como única posibilidad en una sociedad que no deja espacio a la sinceridad, sin exclusión de golpes.
 
Y mientras, en paralelo, la separación va avanzando entre algunas frenadas y arrepentimientos, es admirable como se maneja la tensión en el enredo de mentiras y manipulaciones. Memorables y grabados en nuestro corazón quedan todos los personajes (de lógicas compartibles y profunda empatía), pero por sobre el resto la magnífica pareja protagonista, ese Nader tan moderno y para nada machista, y su bellísima Simin, que en el fondo lo sigue amando como antes. Ambos se respetan y ante la inesperada desdicha se apoyan mutuamente. La imagen conclusiva, de extraordinaria belleza, retrata los dos cónyuges esperando, a los costados opuestos de un pasillo, la decisión final de la hija en el aula del juez (¿con cuál de los dos decidirá quedarse?). Están separados por una semiabierta pared de vidrio, sentados, míseramente solos. En el destello de un pensamiento tal vez conciliador, ella lo mira a él, pero él justo está mirando hacia otro lugar. Después de unos segundos, él la mira a ella, pero ella acaba de girar su mirada. Pura poesía y esencialidad de la que emerge la profunda belleza humana de esta obra. Un film de la humanidad, sobre la humanidad. Memorable.
 
Lorenzo Barone

“Es un buen hombre: me separo de él porque no quiere irse del país conmigo, sino no lo dejaría”. Nader y Simin se están por divorciar. Frente al juez, ella pronuncia esta frase, que será clave a lo largo del film. Ambos acaban de obtener el permiso para expatriar a la propia hija y abandonar su Irán natal. Pero Nader rechaza la intención de transferirse con su esposa al exterior por no querer dejar solo al padre enfermo de Alzheimer. Él considera que es su obligación quedarse a ayudarlo en sus últimos días. Ella, preocupada por la situación social, no ve la hora de mudarse al exterior y pensar en otro futuro. El divorcio, más que una elección, se vuelve entonces una inevitabilidad. Y hasta parecen haber llegado a un acuerdo, si no fuera por la tenencia de la hija Termeh, que ninguno de los dos quiere dejar al cónyuge. Simin abandona el hogar y se muda con sus padres mientras la hija queda momentáneamente en casa de Nader. Para este último, sin embargo, se vuelve imposible cuidar a su padre por su propia cuenta. Pronto se verá obligado a asumir una señora que lo cuide mientras él trabaja, temiendo que el padre a falta de autonomía pueda provocar peligros. Encontrará a una mujer embarazada y madre de una nena de cinco años, Razieh, que acepta el trabajo ocultándole todo a su susceptible marido, que a su vez nunca le hubiera dado el permiso de realizarlo. A partir de aquí, esta situación de interior familiar asumirá en poco tiempo las coordenadas de una tragedia, el día en que la nueva doméstica atará al anciano a su cama para salir a escondidas de la casa, y Nader lo encontrará tirado exánime y cabizbajo en el suelo.

Uno de los mejores films del nuevo milenio. Magnífico retrato interior de una familia iraní, que narra por un lado el final de una historia de amor, y por el otro el rol social de cada individuo con la religión que impregna las dinámicas cotidianas. Congelante retrato de separaciones, dudas y mentiras con buenas finalidades, en un mundo en el que la teocracia hace el papel del león en el seno de los conflictos interiores y define en última instancia las relaciones mismas entre los hombres. Pero esto no es todo, no podría serlo. Más bien, es sólo la fachada para la manifestación de otros discursos más complejos y otros puntos interrogativos a plantear. Que film no responde sino que se encarga de transmitírselos al espectador, permitiendo que éste los formule por su propia cuenta. “Nader and Simin” es un film que se aferra al alma, con toda la fuerza de su carácter intimista, su mirada hacia la humanidad, su profunda candidez. “Me gustaría pensar que el espectador, terminada la película, siga por su propia cuenta el viaje, imagine lo que ocurrirá”, dirá en Berlín el director Farhadi, a quién el régimen iraní le había arrebatado hace menos de un año la licencia de director, salvo después (por suerte) devolvérsela y permitirle ganar así el merecidísimo Oso de Oro.
 
Asghar Farhadi es un gran narrador y lo sabemos. Ya lo habíamos podido vislumbrar en el bello pero menos afortunado “About Elly”. En sus films permanece una cierta mirada documentalista, en la geografía de fondo y la lectura sociopolítica de las situaciones humanas (a veces literal o eventualmente implícita), así como la construcción de un cine ya no "de clausura" y correspondiente al concepto de relato total, sino de obras que exponen constantes fragmentaciones y tensiones con el propio discurso producido, de austera vitalidad, sin caer en excesivos oropeles sentimentales. De esto brotan films que se preguntan por sí mismos e indican novedosos senderos para la percepción espectatorial. De hecho se puede observar, en el Irán actual, un particular modo de hacer cine, que no niega en términos generales cierta influencia del Neorrealismo (sobre todo en su esencialidad y transparencia) pero que al mismo tiempo sabe readaptarlo a su realidad opresora, germen de censuras que según los mismos directores funcionarían positivamente en el arte local –y es paradójico– ya que obligan a nuevos modos de exponer los discursos. Pero a pesar de las dificultades de filmación, se percibe la voluntad de retratar la tierra natal (ese Irán aún hoy reaccionario y dictatorial en su teocracia intolerante).
 
En este caso, “Nader and Simin” no tiene nada que envidiarle al mejor Bergman. Es un film que parte de la articulación de relaciones familiares y se libera al carácter universal, entre dramas yuxtapuestos y relámpagos de ironía, con personajes interpretados espléndidamente y un aura de sospechas que abre tantas posibilidades de interpretación. Su logro se halla también en el análisis, para la mirada occidental, de uno de los aspectos menos conocidos de la cultura iraní, con tantas capas de lectura sociológica y magníficos diálogos. Cómica y al mismo tiempo terrorífica la escena en la que la doméstica, en su primer día de trabajo, telefonea a una suerte de oficina de comportamientos cónsonos para saber si está prohibido por la religión cambiarle el pantalón al anciano que se acaba de orinar encima. Y está justamente en este choque entre tradición y modernidad la tensión que trata el film, junto al miedo de perder la dignidad, la mentira como arma de amor frente a una hija, pero también como única posibilidad en una sociedad que no deja espacio a la sinceridad, sin exclusión de golpes.
 
Y mientras, en paralelo, la separación va avanzando entre algunas frenadas y arrepentimientos, es admirable como se maneja la tensión en el enredo de mentiras y manipulaciones. Memorables y grabados en nuestro corazón quedan todos los personajes (de lógicas compartibles y profunda empatía), pero por sobre el resto la magnífica pareja protagonista, ese Nader tan moderno y para nada machista, y su bellísima Simin, que en el fondo lo sigue amando como antes. Ambos se respetan y ante la inesperada desdicha se apoyan mutuamente. La imagen conclusiva, de extraordinaria belleza, retrata los dos cónyuges esperando, a los costados opuestos de un pasillo, la decisión final de la hija en el aula del juez (¿con cuál de los dos decidirá quedarse?). Están separados por una semiabierta pared de vidrio, sentados, míseramente solos. En el destello de un pensamiento tal vez conciliador, ella lo mira a él, pero él justo está mirando hacia otro lugar. Después de unos segundos, él la mira a ella, pero ella acaba de girar su mirada. Pura poes&i





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RITA dice:

Q lindoo, voy a tratar de verla

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