Comentario
FESTIVAL DE CINE ESCANDINAVO: En la ciudad de Stavanger, Noruega, Jarle Klepp de diecisiete años es un adolescente que tiene novia, su banda punk y una actitud desfiante. Pero cuando aparece en escena Yngve, Jarle se confunde y no puede evitar encontrarse con él. De a poco pero sin pausa, comprende lo que quiere decir ser único e independiente.
Adolescencia y homosexualidad, por arriba del circulo polar. No es un título de crónica estadística. Es que, partiendo de esta premisa, dos recientes películas nórdicas de referencia se me disparan en la cabeza: “Fucking Åmål” (1998, Suecia) y “Lost and Delirious” (2001, Canadá). Ambas, en sus diferencias, construyen dramáticamente una reflexión sobre la corporeidad singular, el descubrimiento y la vivencia de la difícil sexualidad (ante ojos ajenos) insertada en un espacio no tangencial sino inherente al conflicto central. Pueden servirnos como ejemplo de esa fatídica etapa de transición, indefinida y previa al rito de pasaje, que tanto le interesa al cine independiente y, por qué no, a ciertas comedias mainstream. Amores del norte, o bien cómo renunciar a una vida encaminada hacia la regularidad hegemónica por la pasión que brota, inesperada y catártica, hacia la persona menos esperada.
De ahí el abandono de los preconceptos adquiridos, el estallido dramático y la bifurcación entre tragedia o happy ending. Justamente esta es la brecha en la que termina por moverse el personaje de Jarle Klepp, protagonista en “The man who loved Yngve”, adolescente inquieto, líder de una banda de sonoridad discutible, rodeado por amigos que comparten su gusto alternativo y, sobre todo, acompañado por la novia que siempre soñó y que toda la ciudad le envidia. Pero de repente llega el rubio Yngve, el chico nuevo de cándida presencia, y las creencias se derrumban. No sólo la sexual, por supuesto, sino también toda relación que Jarle había forjado y todo gusto que creía identificarlo.
Pero, al contrario de los dos films citados, el problema central no se desarrolla en todos sus relieves. Stian Kristiansen nos presenta un film bien confeccionado pero incompleto, que limita al mínimo indispensable las explicaciones más complejas del asunto, amparándose en una trama enteramente basada en diálogos y puntos de giro. ¿Y el brote del amor? Escolar. Miradas inmediatas que no facilitan ningún misterio y ya “obligan” al modelo de lectura (en este sentido creo que también el título es fallido, pero es otro tema). Falsas subjetivas cargadas de empatía propagandística, planos de Yngve duchándose en cámara lenta o jugando al tenis como un héroe del Peloponeso, francamente evitables. No se agrega mucho al punto de partida, más allá del previsible intento de suicidio y un final a tiempos y ramificaciones alternadas más interesante de lo que se puede percibir en un primer momento.
Todo esto condensado en una ambientación del ’89 que nunca se percibe como tal, salvo por decorativos televisores que transmiten las imágenes más clásicas de la caída del muro, en un mundo que aparentemente está cambiando como las formas de las nubes, sin efectos en Noruega, salvo en las revoluciones interiores del protagonista. Pero la tranquila Stavanger, al contrario de la Åmål ya citada, no parece ser teatro de grandes profundizaciones emotivas; por lo menos éstas no aparentan interesarle a Kristiansen, o cuanto menos, le importan en menor medida que reflejar la contradicción aparente entre la rebeldía de Jarle, hardcore imaginario, y el conservadurismo en los gustos de Yngve (tenis, soquetes blancos, sweaters elegantes y discutible repertorio musical), la escasa influencia del entorno y la lógica de grupos, la popularidad escolar acompañada por la infaltable ausencia de un núcleo familiar estable. Y se me permita la disgregación, pero en este último sentido es formidable la descripción minimalista y casi involuntaria sobre la familia de Yngve (perversa en su bondad y que sabe como terminará todo antes de que efectivamente ocurra), así como es bastante pobre y confuso el acceso, este sí buscado, a los parientes del protagonista.
No tardé en darme cuenta que la falta de aprehensión que se observa en el personaje de Jarle, no proviene de él mismo, sino de la casi total ausencia de problematización en el espacio que lo rodea. ¿Será que la portuaria y marítima Stavanger, más allá de su indudable belleza, no logre promover un completo desarrollo personaje/entorno? Kristiansen centra todo en el drama individual, más allá de llantos y escenas histéricas, quedando a mitad de camino o por lo menos cumpliendo tan sólo una narración de etapas. Si la ciudad como tal desaparece en su viento y techos árticos, así lo terminan haciendo los varios personajes que la habitan. Así y todo, un hit tras otro en la columna sonora de John Erik Kaada.
Lorenzo Barone
JAVIER dice:
Buena review! La relacion con “Fucking Åmål” me parecio muy adecuada!
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