El Molino y la Cruz

Categoría: Críticas
Fecha de publicación: noviembre 5, 2012
Comentario

Historia, en la que se mezclan lo absurdo y lo metafísico, y que se inspira en la obra “Cristo cargando la cruz” del pintor flamenco Pieter Brueghel “el Viejo”. Se eligieron doce personajes de la obra y se combinaron sus historias con la creación de la tela. Majewski pintó los decorados y se utilizó lo último en técnicas digitales para incorporar a los actores al mundo de Brueghel.

Mientras corrían lentas las primeras y refinadas imágenes del film, en un cine donde la lentitud es apreciación del detalle y ésta última se libera de su connotación negativa (otorgada por el público mainstream, ávido de ritmos esquizofrénicos: no saborean, devoran hasta empacharse), empecé a entender que estaba frente a un film “distinto”. Acá me estoy voluntariamente sirviendo de un adjetivo muy utilizado por el periodismo deportivo, carente de variedad lingüística, con el que se describe al deportista único en su juego. Así es también, y no tardamos en notarlo, El molino y la cruz. Un film distinto y único en su habilidad de vivenciar una época, lejos de pretender configurarse como mera ambientación. Desde el primer plano se lo puede identificar como visionario y extravagante: un grito en el desierto, anacrónico por lo que hoy se acostumbra a ver.
 
Al origen y al final de todo hay un cuadro. Y una cámara que se sumerge allí dentro para retratarnos la doble historia que se observa al centro del mismo; tanto la literal (la vida y la muerte) como la metarrepresentativa (Bruselas y Jerusalén). El cuadro de base no es tanto el finalizado "Cristo cargando la Cruz" de Brueghel, sino la formación del mismo boceto que su pintor realiza adentro del film. Brueghel el viejo es el mismísimo protagonista del film, que observa recortes de vida de la gente alrededor suyo y le enseña al amigo Jonghelinck la pintura que está realizando, de profunda dicotomía filosófica. Pero no hay biografía. Su boceto se vivencia allí mismo, en un espacio en el que confluyen el tiempo de la crucifixión y el tiempo de Flandres, con un Jesús, por ejemplo, sufriente entre las feroces represiones de soldados españoles, en la época allí ocupantes, y no romanos como en el contexto original. El cuadro cobra vida en sus dimensiones o planos paralelos, se anticipa a su propio tiempo interior y nos conduce al corazón de sus microhistorias. Hay mundos más allá de su tela, ilustrados y representados en refinado detalle, catapultándonos en la atmósfera de la misma época. Estilizados, es cierto, y marcados por un tiempo de distancia y contemplación, correspondientes por ende a otra mímesis. De allí brota lo sagrado, la atmósfera de ensueño, la historia del Hombre que recorre dos tiempos de opresiones, horrores y castigos, luchas de poder, persecuciones religiosas.
 
Es un film más complejo del que aparenta ser a simple vista. La representación primera habla de la vida de los ciudadanos de una aldea campesina, oprimidos por la devastadora ocupación española, micronarraciones de vida medieval más descriptivas que dramáticas, yuxtapuestas allí mismo a una representación segunda (metarrepresentación) del Via Crucis fuera de tiempo y espacio, pensado y dibujado por el pintor que allí mismo se encuentra, y materializado junto al pueblo flamenco. Calvario en el que todo al final confluye, insertado en la campaña entre campesinos, artesanos, nobles, soldados, heréticos y niños, retratados en su solemne y a la vez ordinaria cotidianeidad. Familias del S. XVI: la fatiga, las injusticias, y así y todo las juveniles risas, la lujuria, la música. 
 
El polaco Lech Majewski parte del cuadro original, claro, pero fue además intrigado y atraído por las sensibles descripciones del "The Mill and the Cross", libro del crítico Gibson en base a la misma pintura total. EN el film brotan cuadros dentro de los cuadros y una estructura de cajas representacionales, llenas de momentos a-narrativos, tiempos muertos, de la observación. Actores en su mayoría mudos (la palabra es muchas veces excluida de la escena, dejando pie a una sugestiva banda sonora) que parten de su posición en el cuadro estático para comenzar dar forma a posturas y expresiones (del tablaux vivant a cuadros en movimiento), donde la realidad como tal se esfuma para dar lugar a un espacio blanco, a veces bidimensional, siempre ambiguo pero fascinante a ojos del espectador, que queda incrédulo ante la pérdida cognitiva de nexos “cartográficos”. En este sentido, y no era fácil, es excelente la integración del cast, con unos poderosos Hauer, York y la Rampling en la parte (no única) de una afligida Virgen María. Figuras que se mueven y reacomodan en base al cuadro que Hauer/Brueghel (¡ahí mismo, al lado de ellos!) está pintando y por ende, está capturándolos y ubicándolos tanto con el lápiz en el microcosmos del papel, como en el macrocosmos del espacio circundante. Los habitantes posan para un espectador que nunca está allí con ellos, pero también se desligan y viven. 
 
Con algo de Pasolini y mucho de Sokurov, Majewski presenta un film lleno hipnóticas pinceladas cromáticas, con un delicado estudio de la historia del arte (tanto en interiores como, sobre todo, en los exteriores), a figurar el eco de dos tiempos lejanos. Cortados, ambos, por la presencia de la mirada de Dios, que es Dios en una representación, sí, y con un gesto puede congelar el tiempo; pero que es también la presencia del hombre-molinero de las grandes maniobras en otra, que observa todo desde la punta de su molino, incrustado en la cima imposible de un monte, monolítico y omnipresente, alrededor del cual viven los mortales. Humanidad y Trascendencia yuxtapuestos, en una puesta en escena a pesar de todo intimista, llena de historias de pobreza y de muerte, de conflictos de poder y de amoríos impuros, que vienen a mezclarse con lo sacro. 
 
A pesar de un discutible final, de corte documentalístico en el interior de museo real, que corta la musicalidad y el simbolismo casi magnético, se trata de un film único e inclasificable, de colección. Referencial, contemplativo, pretencioso claro, pero por demás imperdible; cargado de de experimentos estético-visuales de gran innovación, pero sobre todo de un insólito y antiguo pathos en la constante atmósfera de tiempos arcaicos.
 
Lorenzo Barone




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