Comentario
27º FESTIVAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. Historia verdadera del náufrago islandés que en 1984 sobrevivió a las aguas heladas y turbulentas del Atlántico Norte.
Por nuestro enviado_______________________
Vestmannaeyjar, islas volcánicas activas al norte de Islandia. Océano Atlántico del Norte. Lugares fascinantes pero siniestros, peligrosos. Lugares encantadores y catastróficos, como las erupciones volcánicas, ese fuego rojo en el azul brumoso, que hace evacuar poblaciones enteras. Bajo un cielo siempre al acecho de tempestades o coloreado por una aurora boreal.
Esta es la historia de Gulli, un hombre contra la naturaleza. Un hombre que, en síntesis, es él mismo una fuerza de la naturaleza, de una unicidad casi par a esta última. Un hombre real, mofletudo, que tras un aterrador naufragio vio a todos sus colegas morirse y nadó seis horas en un mar congelado. Un hombre cuya ausencia de estado atlético fue finalmente la que le salvó la vida.
La introducción didascálica, no del todo convincente, nos inserta en las frías y norteñas relaciones de personajes que no terminan de construirse. Pero a pesar de que tarde en funcionar la figura de su protagonista excluyente, el film de a poco toma vuelo. Porque si los elementos interesantes en la primera fracción son pocos (hablan poco, se meten al barco, duermen en símil-cajones: todo limitado a la mera presentación de relaciones), resulta bien trabajada la tensión en el momento del peligro, con tomas subacuáticas dignas de una producción excepcional para el cine islandés.
El ápice de la narración es cuando permanecemos junto a Gulli en el agua casi congelada. Entre los planos de los compañeros ahogados bajo el océano, entre aterradoras conversaciones con el pájaro, único ser vivo que nota su desesperada presencia en la turbulenta noche. Irrumpen sus recuerdos de infancia (inoportunos) y las anticipaciones esperanzadas (funcionales) de lo que él haría si le concedieran un día más de vida, que son la clave de su extrema y podríamos decir schopenhaueriana fuerza de voluntad. Porque la tensión sigue. Porque se llega a tierra y ésta no es sinónimo de salvación. Porque una vez allí, en plena noche, Gulli deberá zafarse de la fuerza de las olas contra las rocas, de un terreno áspero e inhóspito lleno de piedras que le hieren los pies, de un desierto de nieve. El enemigo no es el mar: es el mundo entero. Y placas que nos informan sobre la temperatura del agua y el horario, siguen cínicas su tanto trágica como milagrosa noche, a través de las excelentes técnicas de supervivencia.
La construcción psicológica del personaje empieza a tomar forma en la segunda parte del film. Un largo epílogo en el que llega a realizar algunos deseos (no todos) que imaginó mientras intentaba salvar el pellejo. Un final en el que médicos lo someten a experimentos científicos para ver cómo pudo haber logrado tal imposible hazaña, estudios que finalmente abandona, decidiendo volver a embarcarse. Dos películas en una, entonces, para un hombre que rompió todo record de estabilidad del calor corporal, y pasó a convertirse en enigma de la ciencia. Auténtico “monstruo marino”, como le dicen los niños en una escena.
Pero el film, absolutamente disfrutable, queda a mitad de camino: no apunta a ser un film biográfico (salvo el final en el que se recupera la imagen documental del verdadero Sea-Gulli de 1984), y no termina de ser relato de supervivencia ni un film sobre su protagonista. Es lo que ocurre cuando hay muchas cosas por contar. Así y todo, un final acertado, con dedicatoria incluida a todos los pescadores islandeses.
Lorenzo Barone
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