Comentario
27º FESTIVAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. Solo, sin dinero y alienado por el darwinismo social que predican sus profesores, y que comprueba en las calles, Ali decide cometer un crimen.
Por nuestro enviado_______________________
Casi una joya del actual cine kazako, basada en Crímen y castigo de Dostojevskij. La vida de un estudiante apático, poco expresivo y con escasos lazos familiares. Ali, protagonista absoluto de esta historia, alquila la habitación en el sótano de una anciana. Como todo estudiante carece de dinero, pero además padece el extrañamiento y la soledad de la gran ciudad, en una apatía digna de los textos de Simmel, generada por un entorno competitivo y dispar.
Vagabundea Ali por una Astana alienada, postmoderna y aún así agrícola, en la que emerge una constante tensión que brota de lo social, la represión del individuo encerrado entre patrones estructurales. Padece la pobreza pero también las clases sobre capitalismo extremo a las que asiste, donde dos profesores, de diferente y siempre básica manera, explican lo fundamental de la competitividad entre las personas. A los fuertes no hay que envidiarlos porque son el modelo a seguir, mientras que los pobres deben perecer. Hablan del ser humano como animal que debe dominar por sobre el otro. De ley de la selva o fin que justifica al medio. Tendencia que repercute en las conversaciones que nuestro protagonista va escuchando por la ciudad, y que tienen su fiel ejemplo en las imágenes (no azarosamente seleccionadas) que irrumpen de la TV siempre encendida: repertorio de Bush padre y Bush hijo, de leones que devoran hienas, que atacan en masa una altísima pero indefensa jirafa.
El problema, inmediatamente se entiende, es socioeconómico, impulsado de entrada por la odiosa figura de la belleza local, que modela en minifalda y con falsa sonrisa para prestigiosas publicidades. Modelo que manda a sus gangsters a masacrar a golpes un pobre y torpe cadete (primera secuencia sobre el poder social que schockea al estudiante). Modelo cuyo poderoso marido luego matará con una maza de golf a un inútil burro que, parado, le imposibilita el paso a su Range Rover. Personajes esquemáticos, claro, pero que hierven en la mente del estudiante, observador pasivo de cuya atormentada existencia emergen pocas emociones, hasta que afloran todas juntas en el esperable crimen.
Porque el estudiante el crimen lo comete. Un asesinato al azar en una panadería cercana. Mata al dueño del almacén, y luego, a una infortunada clienta entrada al negocio en el momento equivocado. Homicidios gratuitos, para probarse a sí mismo, dice. Para ver si no era un charlatán como la mayoría de la gente. Pero luego se arrepiente. El poder hace que, para los poderosos, todo esté bien. Pero él, dice, fracasó, se siente infeliz y aún más solo. Solo en el dolor por lo que cometió, por no llevar vida normal, si es que alguna vez la tuvo.
A principio calificamos a este film como “casi” joya, porque de un comienzo excelente, que fomenta una inmediata entrada en clima empático por parte el espectador, el film se asienta y navega solo, vive como lanzado por su fuerte introducción. Después de una primera media hora de manual, pone piloto automático. Y así la sexta película del kazako Omirbayev, famoso por sus libres adaptaciones de clásicos de la Europa del este, por qué no bressoniano en el seguimiento de posturas, gestos, microfísica en fin y cuidados movimientos en el espacio; es una joya incompleta. Se trata de un relato sobrio, esencial, poco dialogado, con una buena confección festivalera (que, sospecho, podría gustarle mucho al jurado), en donde el estudiante es símbolo del malestar gradual que despierta de un contexto enfermizo. De su mente empiezan a emerger, confusas, algunas críticas sociales, hasta el estallido mental, ese mismo que también por azar había convertido a Travis Bickle en héroe; mientras que a él (nuevo Raskolnikov que comienza a tener sentimientos por la joven Saniya, hija sordomuda del viejo poeta especular a él en muchos aspectos) lo relega entre rejas. Explosión mental, que confluye a la inevitable entrega final.
A pesar de que la exploración de la problemática de partida podría haber sido más consistente, y la monoexpresividad del protagonista no juega, digamos, a favor de una empatía o de una fuerte toma de conciencia espectatorial; se trata de un buen film digno de una selección oficial en competencia. Gran aparición del mismo Omirbayev en la parte de un despreocupado director de publicidad.
Lorenzo Barone
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