Augustine

Fecha de publicación: diciembre 4, 2012
Comentario

27º FESTIVAL DE CINE DE MAR DEL PLATA. Augustine, una simple sirvienta de la Belle Époque, comienza a sufrir extraños ataques que le ocasionan atrofias físicas. Tras ser internada conoce al doctor Charcot, especializado en neurología, quien no tardará en interesarse en la patología de la bella joven.

Por nuestro enviado_______________________

La casi veinteañera Augustine trabaja de cómoda sirvienta desde los catorce, en una familia aristocrática de la Belle Époque parisina. De repente, un repentino ataque de violentos orgasmos la arroja al suelo frente a todos: convulsión improvisa que la deja internada por tiempo indefinido en un hospital. Allí se encontrará con el famoso médico Jean-Martin Charcot, una suerte de eminencia para las pacientes (todas mujeres y de clase baja), que más tarde sería maestro de Freud. Él comienza a analizar a Augustine y se da cuenta de su unicidad: ella padece de histeria ovárica, una rara patología que ilumina los ojos del médico, al entender que esa paciente que tiene parada ante él podría convertirse pronto en un imperdible objeto de muestra.
“No te molestes en rezar, nadie te escucha aquí”: el repentino hospital en el que terminó la desafortunada adolescente es un lugar sin religión, la fe está excluida de ese mundo. La única verdad está en manos de Charcot, que al principio se muestra inflexible, gélido, distante. Que la estudia y la prepara para exhibirla, no en un interés por su salud personal, más bien para conseguir fondos y que la academia siga financiando a su hospital. Pero de a poco, el film se adentra en la profunda relación que se genera entre ambos, hecha de miradas, de manos que tocan el cuerpo y se hunden en la carne, de tensión erótica en constante acentuación, desde el primer cruce hasta la escena en que el médico emboca con comida a su paciente, limpiándole los labios con la cuchara.
Óptimo debut para Alice Winocour, directora capaz de generar a través de planos estilizados una atmósfera íntima digna del mejor costume drama. Pero más allá de esta limitativa categorización, es un film delicado, elegante, refinado en su dirección artística, con más de una influencia –tampoco demasiado escondida– del reciente A Dangerous Method de Cronenberg. Tal vez excesiva. Porque en el fondo todo sabe a déjà-vu. Si bien, hay que decirlo, a este film no le interesa tanto el retrato biográfico y tiene el mérito de querer ahondar en la vida privada de ambos, con Augustine que crece en las elipsis y Charcot que paralelamente cumple con su regular vida burguesa, viviendo su ventajoso matrimonio, mientras analiza el problema del fomento a su hospital y sufre las fuertes críticas de Maupassant, que publica notas contra su método. Y así de él, cínico y aparentemente imperturbable, empiezan a emerger rasgos de humanidad, traducidos no como expresiones benévolas, sino como deseo reprimido hacia su Augustine, con la que se encariña sin demostrarlo.
Resulta en este sentido perfectamente lograda (y se trata del primer objetivo del film) la evolución de la relación entre Charcot y Augustine. Con el primero que, más que interesarse en curarla, aparenta sólo querer analizar los síntomas que va descubriendo, para presentarla luego como insólito fenómeno de exhibición científica y económicamente útil. Y ella que, tras azarosa caída, se cura de forma inesperada, pero así y todo deberá seguir simulando la enfermedad ante la academia, fingiendo su enésimo ataque para que se cumpla, forzada, la teoría de Charcot (y cuánta relación acá con ciertos aspectos demostrativos de la ciencia moderna). En el medio de todo, una escena, que vale la película: el momento en que Augustine y su médico juegan con el simpático mono de este último, al comienzo de la historia de pasión.
Un film que, a través de sus personajes, ilustra procedimientos propios del psicoanálisis de la época: hipnosis para evidenciar la causa de los síntomas, métodos para detectar el origen del problema, más allá de problematizar tangencialmente una época llena de tabúes y represiones, que salen a la luz a partir de involuntarias convulsiones, parálisis, insensibilidad corporal o crisis histéricas. Todo esto no podría haberse logrado sin una acertada elección actoral: superlativo entonces, el hermético Vincent Lindon para el taciturno Charcot; y la cantante pop franco-polaca Soko, fantástica en el rol de la paciente histérica con merecido Ástor a la mejor actriz. Decorativa, en cambio, Chiara Mastroianni que interpreta a la insípida esposa del médico.
Lorenzo Barone





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