Paradise: Hope

Categoría: Críticas
Fecha de publicación: julio 12, 2013
Comentario

BAFICI 2013. Melanie, cuya madre viajó a Kenya a buscar chicos que la dieran cariño, y cuya tía estaba absorbida por propagar la verdad del evangelio, viaja ahora junto a un grupo de jóvenes en un campamento de verano para adelgazar, situado en las montañas de Austria…

Paradise: Hope concluye el tríptico del director austríaco Ulrich Seidl, iniciado con Paradise: Love y seguida por Paradise: Faith. En la última entrega de esta trilogía paradisíaca, una adolescente de 13 años, Melanie, ingresa a un campo para adelgazar, enviada y acompañada por su madre, a quien nunca más volvemos a ver ni a oír en el resto del film. Melanie se inserta un en espacio pulcro, rutinario, disciplinado, higiénico. En un espacio coreografiado y cronometrado: los chicos circulan en fila a lo largo de los pasillos del edificio del campamento, los chicos atraviesan el plano dando vueltas carnero uno atrás del otro en perfecto orden. Quienes guían estas coreografías son el entrenador físico y la nutricionista. Personajes caricaturescos y de orden estereotipado, sobre todo el entrenador, con yogging, musculosa y silbato. El silbato, nada más y nada menos, que aquel que marca el ritmo y las pausas de la coreografía. Personajes chatos. Inamovibles. Carentes de espontaneidad.
 
Pero luego, el médico. Capaz de desarmar, por momentos, la frialdad de aquel espacio. Y por otros, reduciéndose a lo que el espacio exije de él. Es él, quien despierta cariño (¿amor? ¿atracción? ¿erotismo?) en el personaje de Melanie, que incansablemente lo visita en el consultorio sin motivo aparente. En la narración de aquellas visitas se delinea una incertidumbre perversa. El espectador accede al consultorio, se vuelve un cómplice de aquella perversión coqueta, con camilla y el estetoscopio: ella quiere escuchar el corazón de él. Esta relación está moldeada, sobre todo, a partir de gestos y miradas. Sin embargo, en la progresión del film, el vínculo sufre fracturas, se disuelve su verosimilitud. La escena no está preparada para que pase eso. Es el bosque, el escenario en el que se suceden los encuentros más honestos y sinceros de ambos personajes. El bosque como espacio de desahogo. Un entorno salvaje que avala, que permite, la exteriorizacion de lo reprimido. El paraíso de lo salvaje. ¿De la esperanza?
 
Entonces: en este campamento Melanie hace actividad física, se enamora de su médico, pero también habla de fellatios con sus compañeras y es atendida una y otra vez por el contestador de su madre. Los diálogos que mantienen las chicas en el interior de sus habitaciones son captados por la presencia de una cámara voyeur, una cámara que se cuela allí y que espía las confesiones pre-adolescentes. Al igual que en el caso del consultorio se tiene la sensación de que estamos participando de algo prohibido. Diálogos precoces y frescos. Inocentes. Pero que sin embargo, nada tienen de provocador. Aquí lo que interesa es la forma. Quizás el único momento del film en el que la cámara ejerce una función conciente. Adoptando una posición voyeurística y acercándose a un registro documental. En el resto de la película no hace más que estar al servicio de planos armoniosos y perfectamente equilibrados. Y no al de la narración. Como si ella se esfumara, como si estuviera al servicio de aquel espacio pulcro. Quizás aquellos diálogos, tan esperados como frescos, constituyan  las situaciones más verosímiles del film, de un verosímil que se pierde al momento en el que el equilibrio visual irrumpe en el plano para imponerse por sobre la narración, y por momentos ridiculizando a los adolescentes. Como burlándose ellos. Ahí es donde quizás, el film más se sale de su eje. Sensación de que la cámara los humilla. Y ni hablar de aquella canción ridícula que hacen cantar a los chicos, y que vuelve en los créditos.
 
Melanie Lenz interpreta a Melanie Lenz. Y Verena Lebhauer, su compañera y consejera, interpreta a Verena Lebhauer. Sus actuaciones resultan despojadas, y desprenden autenticidad. Melanie, la inocente; y Verena, la experimentada. En los gestos, en las miradas y en los diálogos de Melanie se lee la inocencia. Y en Verena, se lee la experiencia. Vale aclarar que son el resultado de más de diez meses de casting.
 
La incomunicación hija-progenitores está apenas insinuada. La soledad, la familia. El refugio, el médico. Los dos están solos. En ese lugar, en el campamento, nadie los ayuda. Nadie los atiende. Ella espera despertar en el doctor, el cariño que no despierta por sus padres. Busca. Reemplaza. Él, deposita en ella su fondo reprimido. De un doctor perversamente reprimido. Animal. Todo, todo ello, se funde las escenas en el bosque: el escenario lírico del desahogo.
 
Carolina Romano




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