The Hunt

Categoría: Críticas
Fecha de publicación: octubre 3, 2013
Comentario

Tras un divorcio difícil, Lucas, de cuarenta años, ha encontrado una nueva novia, un nuevo trabajo y se dispone a reconstruir su relación con Marcus, su hijo adolescente. Pero algo va mal. Un comentario inocente. Una mentira fortuita. Y mientras la nieve comienza a caer y las luces de Navidad se iluminan, la mentira se extiende como un virus invisible.

Gritos y risotadas, voces masculinas, viriles. Anuncian, todavía sobre los créditos de inicio, un rito. El de un grupo de amigos que se lanza a las gélidas aguas de un río en el noviembre nórdico. Muestra de amistad, retrato viril. Estamos en un bosque. Espacio que abre el film, pero que también lo cierra bajo la forma de otro rito: la iniciación de Marcus, el hijo del protagonista del film, en la caza. Es así que del  interior del bosque nórdico, de sus tierras frías y de sus rojizas hojas, emana una energía ritual: el bosque es un espacio de reconciliación, del hombre con sus amistades, del hombre con sus aficiones, del hombre consigo mismo.

En La Cacería, el director danés Thomas Vinterberg, reconocido por su extraordinario film La Celebración (la película joya del movimiento Dogma 95), imprime en los ojos del espectador el drama de un maestro de jardín de infantes acusado injustamente de pedofilia en un pequeño pueblo nórdico. Se trata de Lucas, un hombre reservado, tímido, respetado y querido por los niños y por su círculo. Apenas divorciado y en plena lucha por traer a su hijo a vivir con él, disfruta de su entorno, de los niños, de sus amigos y de una nueva relación. Pero la intervención inesperada de una niña, Klara (la hija de su mejor amigo Theo), mancha un camino que parecía hasta ese momento cálido y casi paradisíaco. A partir de ese momento, se instala una histeria colectiva, una condena social que va in crescendo. Todo el pueblo lo señala, lo castiga, lo rechaza, desconfía. Incluso, en algún momento, el mismo espectador se ve obligado a desconfiar. Lucas engendra en la conciencia social, los sentimientos más feroces y desencontrados, las dudas y sospechas más salvajes. Y a su vez, Lucas engendra en su interior, con la complicidad del espectador, la impotencia, el resentimiento y la tristeza. Nos sumergimos en el drama de Lucas, en una avalancha de primeros planos, de penumbras y de claroscuros. Avalancha que agobia, avalancha que derrite y descompone hasta los sentimientos más helados y duros. Avalancha que atraviesa cuerpos sumidos en la penumbra, cual siluetas indefinidas, y que no hacen más que reforzar esa sensación de incertidumbre que hace eco en todo el film. La cámara no desiste de los primeros planos de Lucas, estableciendo una relación de confianza con él, casi de fe: la cámara cree ciegamente en su rostro y en la representación de la angustia que de él nace.
 
Recae el desafío de interpretar el papel de este desdichado antihéroe sobre Mads Mikkelsen (papel que le valió el premio como mejor actor en el Festival de Cannes 2012), quien lo hace de manera única y extraordinaria.  Su impotencia y angustia se leen en cada paisaje de su piel, en los movimientos de su cuerpo, pero por sobre todo en las expresiones faciales y en su mirada, cada vez más perdida, cada vez más vacía. Podríamos decir que es una película que narra cómo se vacía la mirada de un personaje, la de Lucas. Más aún si recordamos una de las escenas finales en la que Lucas, confronta a su mejor amigo Theo en la iglesia y frente a todo el pueblo, diciéndole: “¿Qué ves en mis ojos? Nada, no hay nada” .
    
Klara, la angelical Klara, juega a no pisar las líneas de las baldosas, las líneas de ese suelo y de otros suelos. La acompaña siempre Lucas, a quien se introduce en un principio como un refugio para la niña. Pero del personaje de Klara, interpretada maravillosamente por Annika Wedderkop, se desprende el drama del film. De su interpretación del mundo adulto, de sus fantasías y de su ingenuo proceder.  Pero no sólo del de ella, sino también del ingenuo proceder de los adultos, quienes sin cuestionarse, aceptan las palabras de la niña.
 
Y están los ciervos, personajes centrales del universo que construye Vinterberg: fieles habitantes y cartógrafos de las frías forestas de los pueblos nórdicos, y blanco de caza de los pobladores cercanos. En una escena lo vemos a Lucas inmerso en la foresta, lanzado a la conquista el boque. Él y su rifle. Se esconde detrás de un árbol, frío, calculador, esperando el momento justo para disparar contra un ciervo. Instante despojado de cualquier mandato y responsabilidad, momento íntimo, de reencuentro consigo mismo La fotografía refuerza la textura de la leña, el color de las hojas, la atmósfera fría. Hay una música extradiegética, el viento arrastra las hojas hacia destinos infinitos. El sonido de las hojas se densifica, pasa a un primer plano, toma una dimensión tormentosa, augura el disparo inminente. Luego, el disparo. Seco. La caída del ciervo en ralenti. La mirada vacía, como la de Lucas hacia el final del film. Lucas es también ese ciervo. Será ese ciervo. Será ese bosque.
 
Carolina Romano




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CLARITA DIDEROT dice:

La lectura de esta crìtica me llevo magicamente a esos bosques y a esa sociedad tan lejana.Antes de ver la pelìcula la imaginè y por eso te agradesco.

Clarita

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LUIS ROSSAROLI dice:

Muy interesante tu comentario, es muy descriptivo, voy a ver la película. Gracias. Luis

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