Comentario
28° FESTIVAL DE MAR DEL PLATA. Potente y desoladora crónica de un año en la vida de una víctima del Trastorno Limite de la Personalidad: Marian Álvarez interpreta a una mujer autodestructiva y cada vez más aislada del mundo.
Por nuestro enviado
Este film es uno de los tres de esta competencia internacional de Mar del Plata, que fueron heredados de la misma selección oficial en concurso en el último Festival de San Sebastián; cuya 61° edición premió con la Concha de Oro a Pelo Malo de la directora venezolana Mariana Rendón; Concha de Plata a Fernando Eimbcke del mexicano Club Sándwich y mención especial justamente a Fernando Franco, director de esta opera prima y anteriormente montador, entre otras cosas, del film mudo Blancanieves, con el que habíamos cerrado el festival del año pasado. Curiosamente estos tres films, que seguiremos de cerca en estos días, pasaron directamente de la prestigiosa competencia de los Países Vascos a la más importante muestra cinematográfica latinoamericana.
Por lo que concierne a La Herida, se trata de un film que nos introduce sin filtros ni “fabulescas” construcciones de género, en la problemática vida de Ana. Una chica que maneja ambulancias y que no logra conciliar la satisfacción de su importante trabajo con una vida gris, permaneciendo rendida en un estado de profunda depresión, abismo en el que se siente excluída, rechazada, infeliz. Recapitulación radical sobre la imposibilidad de explicar el dolor y escabullirse del mismo.
Cuando el film arranca, Ana ya aceptó su sufrimiento como parte de ella misma. No sabe cómo salir, ni siquiera lo intenta, pero al mismo tiempo ya no puede más. Los dos espacios parecen construirse entonces a raíz del trasfondo angustiante: altruista y particularmente dotada en su trabajo, sabiendo como comunicar con sus dificultosos pacientes, para luego volver a la tormentosa y privada rutina hogareña; reino de los silencios, de las duchas. De la ropa interior que permite atisbar numerosas cicatrices en su cuerpo, que pronto descubriremos como autoinfligidas.
Por supuesto el anclaje no está en las heridas físicas, cortes, sangre y quemaduras de cigarrillo, tocadas tangencialmente; sino en un vacío interior que tiene su correlato en el rostro inexpresivo de la protagonista, con la cámara que la persigue en su callado sufrimiento, así como su repentina rabia y otras transformaciones emotivas, en el seno de la incomunicabilidad total de su cuadro patológico. Ana no logra exteriorizar su mal de vivir; salvo con un desconocido, escondido bajo un improbable nickname, con el que chatea a través del teclado de su pantalla. Se pierde la conexión con el entorno siempre más asfixiante; amistades, pasados noviazgos, tratos interpersonales que se funden en silencios efímeros. Este panorama se arrastra incluso a su aún bella pero poco empática madre divorciada, con la que no logra fundir una relación más consistente de las pocas palabras que la habitan, y las miradas de incomprensión que se cruzan, teniendo todavía que convivir en el mismo hogar.
Franco logra mantener un claro rigor formal, pero constuye los momentos más dramáticos de su obra a partir de evitables golpes bajos. Lo más controversial, sin embargo, es la circularidad y reiteración de recursos formales, en una trama llena de celulares siempre activos, constantemente destruidos por la protagonista y maldiestramente recuperados por la trama. De contestadores telefónicos que sustituyen la ausencia de amistades concretas. Conversaciones de chat en tiempo real (inimaginable cuan antiestética puede resultar una pantalla blanca dentro de la pantalla). Planimétrico y preso de su propia crudeza, el film se comporta como una pradera: no trabaja ni dice mucho más de lo que es su inicial problemática, quedando anclado en un retrato sí seco y áspero en el buen sentido, pero sin esa profundidad que por momentos se vuelve necesaria, más allá del excelente trabajo de Marian Álvarez ganadora además de la Concha de Plata a la mejor actriz (nota al margen: la dirección de actores en varios film en esta competencia es en líneas generales absolutamente digna de mención).
A partir de las formas graves de autolesionismo trabajadas, La Herida se limita a evidenciar el sufrimiento por el sufrimiento mismo. No es que se deba necesariamente ampliar el tópico para desarrollar una tesis, pero en este caso resulta inevitable el aura de incompletud que se tiene al terminar la visión.
Lorenzo Barone
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