Comentario
Un grupo de enanos encarcelados empiezan una rebelión caótica contra la autoridad. Destruyen todo a su alrededor intentando captar la atención del instructor a cargo quien tiene algunos de ellos retenidos.
Al ver por primera vez “También los enanos nacen pequeños”, de manera casi instintiva podríamos sentir la tentación de encontrar en el legendario “Freaks” de Tod Browning un modelo de inspiración para Herzog. Si la sequedad narrativa y el extremismo que desemboca en un arte de lo grotesco pueden ser considerados como un primer punto de comparación, en realidad estaríamos entrando en un paralelismo por demás superficial.
Los dos films se orientan hacia polos bastante alejados. Mientras que en “Freaks” el foco aparece sobre el tema del “hombre distinto” opuesto al “normal”, que causará finalmente la inevitable colisión; en Herzog no hay distintos ni normales y el conflicto nace a partir de la diferencia misma entre los seres humanos. Los enanos no son freaks; es el mundo, la sociedad misma que está desproporcionada frente a todo ser humano. Y es justamente esta desproporción la que pone en marcha el aspecto caótico del film y que torna monstruosos y anormales no sólo los enanos que en él aparecen, sino también muchos otros personajes herzogianos, como Fitzcarraldo, Kaspar Hauser o el alienígena narrador de “The Wild Blue Yonder”. En todos estos personajes hay un desfase existencial que surge de la brecha entre la sociedad consolidada y la naturaleza dionisíaca del hombre. Los enanos, en su largo día, se enfrentan contra todos los elementos más débiles que los rodean: tienen una postura soberana frente al mundo y su rebelión caótica contrasta con el paisaje estático y desolado en el que se encuentran. Y el desierto del film vendría a ser como la selva de Aguirre o Fitzcarraldo: una presencia primordial anterior al hombre, que los personajes invaden y desnaturalizan.
El director parece concluir que cada ser humano trata de reinar por encima de los otros y del ambiente que lo rodea. Esto está simbolizado también en la figura del educador (el único personaje en apariencia civil, similar al protagonista de “El enano rojo” del belga Yvan Le Moine): en la última escena, al haber escapado de los vándalos, se encuentra frente a un árbol seco que parece estar plantado en una posición desafiante. Entre el enano y el árbol surge entonces una “pelea” y la frase del educador “veamos quién resiste más” (con el índice levantado) es paradigmática para explicar la violencia innata del hombre.
El trabajo de Herzog muestra una desencantada naturaleza humana, revelándola como profundamente irracional y casi animalizada. Pero la tortura hacia el débil no aparece como la acción de una mayoría hacia una minoría, sino que parte de la minoría misma, la comunidad de enanos que ejercen violencia hacia sus pares. Así Herzog, en esta obra satírica, logra explorar los pliegues secretos del ánimo humano que ponen en evidencia cuánta destrucción domina el mundo. Y esta misma destrucción ya no es imputable a la persona que la realiza, sino que es un rasgo propio del hombre, exaltado aún más cuando éste se encuentra en conjunto. Así aparece una brutalidad desproporcionada como la risa del protagonista, que va más allá de la situación contextual o la voluntad propia de reírse.
La lucidez de Herzog está en exponer una representación deformada del mundo, extrema e inquietante, que no llega a disgustar pero que tiene como objetivo (no tan implícito) el de irritar al espectador, insinuando que esa zona desértica es nuestro mundo y que los enanos, en el fondo, somos nosotros mismos.
Lorenzo Barone
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