Una mujer que cae en una espiral decadente por la vía alcohólica es la protagonista de este melodrama finlandés, dirigido en 1958.
Rea, “chica simple” de clase baja, conoce la misma noche los dos hombres que marcarán el resto de su vida: el galán Tauno, quién será su primer amor y que descubrirá más adelante ser casado, y el marinero Erkki, que terminará siendo su futuro marido antes que se lo lleve una tragedia automovilística. Pero esa misma noche, conocerá también al alcohol, que la llevará a la perdición y la decadencia irreversible.
Película didascálica, precisa en su contenido y con un tristísimo mensaje final. Hecho en 1958 y producido por un país que no se caracterizaba en aquella época por grandes logros cinematográficos (pero que posteriormente logró brindarnos uno de los más grandes talentos del cine contemporáneo: Aki Kaurismäki), el film es una suerte de melodrama centrado en la figura de la mujer y sus amores, la “pecadora” que sin embargo es también víctima de su vicio y de la fatalidad de sus elecciones. Personaje conmovedor, el de la Linnanheimo, que logra (por lo menos para el género femenino de la época) tocar directo al corazón.
Sin embargo, a nivel estilístico, el film parece filmado y narrado con evidentes resabios de ingenuidad cinematográfica, que aparecen de forma alarmante. Se podría argumentar que es un film del ’58 y que como tal debe ser visto, pero al respecto en aquella época ya existían Renoir, Welles, todo el Neorrealismo y todas las obras maestras del Cine Mudo. En este film hay un retroceso a nivel formal. El uso del flashback está casi siempre fuera de tono y lugar (salvo el último, genial, en que la Rea pobre, borracha y hedionda se superpone a aquella chica humilde que recién conocía el vaso de vino). Además, es un film hecho con insistentes primeros planos, una idea montaje poco lúcida (para usar un eufemismo), repentinas rupturas del eje que quiebran la espacialidad del lugar retratado, planos banales e inútiles que intentan reforzar ideas claras desde un comienzo, pasando por la voz en off de la protagonista que dice demasiado y es siempre invasiva. Todo esto hace que hace que la obra, vista hoy, sea terriblemente fechada y envejecida.
De todas formas, son impactantes los momentos existenciales en los que Rea reflexiona “hacia donde nos lleva la vida a cada uno”. No somos nosotros quienes la construimos, sino que entramos en su propio flujo presente, como hijos de las circunstancias. Ella se observa a sí misma en pleno estado de ocaso físico y mental, aún bella pero ya sin atisbo de esperanza, y el pueblo que la ignora y la observa en su estatus de declive marginal. Todo al fin, reflexiona Rea, es causa del azar, de las redes que construimos cada día en nuestras vidas, decisiones que tomamos y que no sabemos hacia donde nos llevarán a largo plazo. Por tanto, esta heroína, es una mártir de su propia situación: este rasgo convierte al film en universal, con una historia que puede ser leída transversalmente, incluso con alguna posible melancolía pasajera.
Lorenzo Barone
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